Controladores del aeropuerto Charles de Gaulle, París. | FREDERIC DE LA MURE
Sociedad

«Nos ponen verdes por lo que cobramos»

Los controladores aéreos y AENA negocian en una semana clave para evitar el desastre en Navidad

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Vuelo UX 7007 de Air Europa Tenerife Norte-Bilbao. Lunes, 14 de diciembre 17.10. «Les habla el comandante. Hay una demora en la salida por restricciones de tráfico... bueno en realidad se trata de una huelga de controladores». Fueron sólo 22 minutos, pero el cabreo de los controladores amenaza con paralizar las comunicaciones por aire esta Navidad. ¿Quiénes son los dueños de los cielos? Se saben cuatro cosas de ellos: que se estresan en el trabajo, que cobran una pasta, que descansan por obligación y que tienen el tráfico aéreo cogido por los reactores. Poco más. A ninguno le importaría hablar si no fuera por «el clima de tensión» con sus patrones de AENA a cuenta de la productividad. Ni fotos, ni nombres, ni visitas a los centros de control. «No tenemos nada que esconder, pero...». Pero los vigilantes del cielo no quieren aparecer en los medios bajo el nubarrón de un conflicto que podría dejar a millones de viajeros en tierra sin Nochebuena. Los que han volado este mes, sobre todo en el puente de la Constitución, ya han visto las puntas de las orejas del lobo. La guerra del aire no ha llegado a estallar, pero AENA quiere reducir el sueldo de los controladores o aumentar su productividad un 25%. El sindicato (la poderosa Unión Sindical de Controladores Aéreos) no se deja y no cede más de lo estipulado en convenio mientras se negocia uno nuevo. «Da igual lo que digamos, porque cuando se sabe lo que cobramos nadie nos da la razón. Nos ponen verdes por nuestro sueldo, como si todo fuera cosa de dinero». El salario de la discordia asciende a 240.000 euros de media al año, según AENA. Habla uno de los 2.300 controladores que hay en España. Lleva 5 años en esto y trabaja en la torre de control de un aeropuerto medio. Así es su vida.

Tiene 39 años. Se levanta a las ocho, sale de casa y lleva a sus dos hijos al colegio como todo hijo de vecino. Lo demás no lo hace cualquiera. A las diez se sienta delante de sus pantallas en la torre de control y empieza un carrusel en el que a la tensión de jugar con miles de vidas le sucede el relax más absoluto. De la silla eléctrica al sofá, del sofá a la silla eléctrica... Y todo en turnos exactos de una hora. «Somos tres compañeros en cada jornada de doce horas». Uno de ellos controla los aviones que ruedan (frecuencia 'ground'), otro los que vuelan ('local') y otro retoza en la zona de descanso. Así, hasta las diez de la noche.

El tráfico rodado está claro. Pare, pista tal, permiso para despegar... El quid de la cuestión está en el aire, porque el controlador maneja todos los vuelos que se acercan o se alejan de la pista. Es el jefe absoluto del aparato hasta que toma tierra o hasta que asciende. En ese momento los aviones son 'propiedad' de uno de los centros de control que hay en España (Madrid, Barcelona, Canarias, Palma, Sevilla...) y que manejan los vuelos entre aeropuertos. «Nos los pasamos de uno a otro». Las órdenes se suceden sin parar. 'Descend to reach flight level 150 no later than time 1403'. Esto es, «descienda hasta los 150.000 pies antes de las 14.03». A mandar. «Nosotros damos a los pilotos constantemente rumbo y altitud».

Con la boca seca de tanto hablar

Las horas punta son infernales. «Tenemos que hablar sin parar durante una hora. Los mensajes son cortos porque la frecuencia se sobrecarga y te cansas mucho. Acabas con la boca muy seca y profundamente agotado». Es un trabajo de locos que se puede comparar a «controlar una rotonda de la Castellana en la que los coches pueden acelerar y frenar, pero nunca pararse», explica el controlador consultado. Cualquier abolladura es un problema, porque en cada uno de esos coches viajan 200 personas. La física dice que el aparato que vuela va «muy rápido». Por eso, las órdenes tienen que anticiparse mucho y tener en cuenta lo que va a ocurrir con cada aparato dentro de cinco minutos».

Los aviones deben evitar entrar en los espacios de seguridad de otros, burbujas achatadas de ocho millas de radio en horizontal y unos 300 metros en vertical. Si ocurre, saltan las alarmas y los nervios ante un conflicto, o 'crujido' en la jerga de los controladores. Eso es malo aunque ¿peligroso? «Realmente, significa que las naves están a once kilómetros de distancia entre sí y eso es mucho, pero son las normas».

Los pilotos realizan su labor, menor según los controladores ya que sus órdenes están por encima de todos en la jerarquía del aire. «Tienen dos opciones. Volar según nuestras órdenes, con lo que tienen que modificar solamente altitud y rumbo, o volar en modo visual. Es como si a la cabina le pones unos cartones en los cristales. El avión lo llevamos nosotros». Algunos pilotos no ocultan su enfado. Comandantes históricos acusan bajo cuerda al USCA de ostentar demasiado poder y de controlar el acceso a la profesión a su antojo.

Termina la jornada. Mañana más. «Trabajo tres días y luego libro dos o tres más». Aunque puede que le llamen para hacer horas extra. «Si estoy disponible voy. Es dinero». Él cobra 150.000 euros al año -25 millones de pesetas-, una cifra que varía notablemente dependiendo de la categoría del centro en el que trabaja y la antigüedad. Eso son 8.000 euros mensuales, un buen pico amasado entre las horas de convenio y las extras, que se pagan al triple, según AENA.

La 'pela' es una de las espinas de la relación entre el USCA y AENA y podría reventar el globo de los desplazamientos en Navidad. Año nuevo, convenio nuevo. AENA quiere ahorrar. Los controladores representan un 18,7% de la plantilla pero se 'tragan' el 65,5% del coste de personal. La empresa necesita dar un tajo de 200 millones de euros a su gasto en navegación aérea y propone aumentar la productividad un 20% con menos horas extras y más baratas. Ello supone que los trabajadores cobren el 25% menos. «Se equipararían con la media europea», dicen los jefes.

Los empleados no piensan lo mismo. Desde el USCA aseguran que producen más que en los países en los que se mira la empresa. Y por menos. Guerra de cifras. Los comentarios a pie de torre cargan contra la estrategia de AENA de abrir aeropuertos por decisiones políticas y no operativas. «Tener un aeropuerto en Huesca no tiene sentido, igual que hacer cinco en Barcelona. Al final, lo construyen por los votos, palman un dinero y nos cuelan la deuda a nosotros. ¿Cómo va a ser productivo un controlador en Jaén-Granada? ¡Si no hay vuelos, ni los habrá! En la torre hay un tío con los pies encima de la mesa, pero no es su culpa», dice el controlador.

«Los retrasos responden a las medidas unilaterales de la empresa. La gente está cansada y ya no colabora con las horas extras», explican desde el USCA. A principios de mes se cerró una torre de Barajas y hay dos sancionados en una maraña de acusaciones. Esta semana, ambas partes se encuentran reunidas en Madrid para buscar una salida a un pacto que, más que flecos, tiene jirones. Si la tela se rompe, habrá disgustos y cantidad de rehenes con maleta. En Navidad. una vez más.