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El cutis de las estatuas
Actualizado: GuardarLo primero que se les rompe a las estatuas es la nariz, después de modificar su perfil histórico. Suele suceder cuando la persona perpetuada ha abandonado a perpetuidad la existencia y pasa a peor vida. Silvio Berlusconi se ha convertido en un precursor. Lo tenía todo y ahora tiene dos dientes menos y algunos cirujanos dispuestos a reconstruirle el pétreo rostro borrándole todo parecido con Al Capone. Se dice que el agresor del 'Cavaliere' es un loco. Quizá él también. Un loco que hizo cientos de miles de partidarios y de enemigos. El mando es una pasión, pero no una posesión, y ahora hay muchos italianos que se están frotando las manos con las que le aplaudían. La envidia ha empezado a cobrarse a plazos su altísima tarifa. La definían bien los viejos catecismos: «pesar por el bien ajeno». La verdad es que se trata del único pecado que lleva consigo la penitencia. El lujurioso lo pasa muy bien con su reclutado harén y el avaro con la acumulación de su tesoro, pero el corroído por la envidia es inconsolable. Se encuentra siempre con alguien más guapo, más listo, más alto, más rico, más joven o más triunfador. Lo pasa fatal.
Se dice que la envidia es un vicio privativamente humano. No lo sé, pero el animal que ha agredido a don Silvio tenía una magnífica puntería. Eso de partirle la cara a la persona que se odia es el sueño dorado de una buena parte de los que asisten a los mítines políticos y de la mayoría de los que no acuden a ellos. El primer ministro italiano estará considerando ahora que todo «amado pueblo» es una jauría. ¿En qué va a quedar esto, pensará mirando su cara en el espejo? El exhibicionista máximo de los últimos tiempos estará tramando su venganza, ahora que lo más reconocible de su cara es el peluquín. Debe empezar por su guardaespaldas.