La cara de Silvio
La agresión a Berlusconi se puede interpretar como una escalada de violencia o un nuevo acto de la gran opereta de la vida pública italiana, comandada por un animal mediático que empieza a perder peso por sus desmanes
Actualizado: GuardarA veces en Italia pasa algo incomprensible y el resto del mundo se pregunta cómo es posible. Suele ocurrir una vez a la semana. A veces más. Italia desconcierta porque es muy desconocida y no ofrece explicaciones sencillas. La simplificación o la caricatura está al alcance de la mano, así como el dramatismo trágico, que suele olvidar un factor cínico y de relativismo esencial para una visión completa. Silvio Berlusconi es el ejemplo máximo. Anteayer le partieron la cara con un 'souvenir' del Duomo de Milán. El choque entre las dos Italias ha llegado a lo físico. Se puede pensar que el país está al borde de una escalada de violencia con ribetes de guerra civil. Pero también que es un acto más de la gran opereta de la vida pública italiana. Ambas sensaciones son lícitas.
El origen de Berlusconi como problema es que nunca debió poder presentarse a unas elecciones el hombre más rico del país, propietario de casi toda la televisión privada y con intereses económicos en numerosos sectores . Su conflicto de intereses es una anomalía absoluta en Occidente, pero nunca ha habido una ley que lo previniera. Él, por supuesto, no la ha hecho. La oposición, tampoco, y ahí reside su parte de culpa. La izquierda infravaloró a Berlusconi y sobrevaloró a los italianos: pensaba que su conflicto de intereses le impediría acceder al poder. No ha sido así. El conflicto de intereses ha entrado en la normalidad, pero sucede a diario.
Por ejemplo, su imperio audiovisual Fininvest debe pagar 750 millones a otra empresa por sobornar a un juez para obtener la editorial Mondadori en un litigio en 1991. Dejando a un lado, como se hace en Italia, que el equipo de Berlusconi compró al juez -aunque él no fue condenado por prescripción del delito-, ahora la empresa del primer ministro debe negociar con los bancos un crédito enorme. Es inimaginable en otro país occidental.
Una vez asumido que ha podido presentarse a unas elecciones, la responsabilidad pasa a los italianos. Y es un hecho que le han dado por tres veces -1994, 2001 y 2008- las más amplias mayorías absolutas de la historia moderna de Italia. ¿Por qué le votan? En general, los italianos votan por desesperación ante una clase política deleznable. A cada nueva constatación de la poca fiabilidad de un partido se cambia a otro. En los últimos años nunca ha ganado nadie dos veces seguidas. Si alguien tan anodino como Romano Prodi ha sido capaz de ganar a Berlusconi dos veces -1996 y 2006- quiere decir que no es tan difícil. Pero el centro-izquierda ha tirado puntualmente por la ventana sus oportunidades. Ahora mismo no hay alternativa a Berlusconi.
En 1994 cayó enseguida, a los ocho meses, por el abandono de la Liga Norte. En 1996 había una alternativa, la gran alianza de izquierda de El Olivo de Prodi. Sus estériles cinco años fueron decisivos para que los italianos volvieran a probar con Berlusconi en 2001, aunque ya estaba claro qué tipo de personaje era. Sus cinco años nulos, en los que se dedicó a salvarse de sus procesos, dieron de nuevo el poder a Prodi en 2006. Pero la izquierda ganó por poco y traicionó la promesa al electorado de no pelearse entre ellos: no duraron ni dos años. Y Berlusconi ganó otra vez. Los italianos quieren que alguien haga algo de una vez en un país anquilosado y anárquico donde prima el egoísmo individual. Pese a ello, objetaría un observador ajeno, su triunfo no es del todo justificable porque cualquier cosa puede ser mejor que alguien con el perfil de Berlusconi. ¿Por qué le votan? Hay que hacer memoria. 'Il Cavaliere' irrumpe en los noventa en la hecatombe de 'Manos Limpias', la investigación contra la corrupción que desmanteló la clase política. Desaparecieron los socialistas del PSI y la democracia cristiana (DC), hegemónicos en cinco décadas. Se creó un vacío que Berlusconi aprovechó perfectamente. Era un empresario muy popular, la imagen del éxito y la simpatía. Presidente de un Milan fantástico en el fútbol, había puesto en pie la televisión privada, que llenaba de 'mamachichos' los hogares italianos. Se presentó como el hombre nuevo, ajeno a la política, y gestor eficaz.
En el mismo contexto antipolítico nació la Liga Norte, xenófoba y populista. Es el otro pilar clave de su Gobierno. Berlusconi supo captar la aversión a todo lo que fuera política tradicional y el ansia colectiva de cambio, de un país que funcionara. También la necesidad de estabilidad, tras medio siglo con gobiernos de una duración de seis meses. Su acierto fue forjar una alianza conservadora, que hacía su victoria natural, pues Italia siempre ha tenido una mayoría sociológica de derechas.
Que Berlusconi fuera rico daba igual. Es más, se pensaba que así robaría menos. Tampoco nadie reparó en que no era nuevo, sino un producto evolucionado de lo viejo: su padrino había sido Bettino Craxi, el líder socialista; tenía el carné de la logia masónica ilegal P2; y su mano derecha, Marcello Dell'Utri, ha sido condenado a nueve años -estos días se celebra el juicio- por ser un hombre de Cosa Nostra en el mundo político y económico milanés. Mirando atrás, los detractores de Berlusconi piensan sencillamente que entró en política para evitar la cárcel. Hasta hoy. Poco después de su llegada al poder empezaron los procesos, que aún continúan. De hecho si no gobernara ahora probablemente habría sido ya condenado este año por sobornar al abogado británico Mills, pero ha podido burlar el proceso. La prioridad en sus mandatos ha sido hacer leyes para evitar sentencias.
Nulo sentido institucional
Su perfil problemático ha crecido estos años con su confusión de lo privado y lo público, su nulo sentido institucional, sus ataques a la libertad de prensa y la magistratura y sus salidas de tono, que han deteriorado la imagen de Italia. Tampoco ha tenido grandes logros, aunque sus dos últimas legislaturas coincidieron con el 11-S y ahora con la recesión mundial. Pero es un animal mediático, gran vendedor de humo, que domina el victimismo y, sobre todo, cuando está en el poder controla seis de la siete cadenas en abierto: las tres de su propiedad (Canale 5, Italia 1 y Rete 4) más las tres públicas de la RAI.
Su impunidad y sus desmanes han rematado, incluso entre quienes le votan con la nariz tapada, la sensación de depresión colectiva. La distancia de la clase política, una auténtica casta de privilegios, es abisal. Más de 2.000 ex parlamentarios, sólo por serlo, cobran pensiones vitalicias de 3.000 a 10.000 euros en el país del mundo con más coches oficiales, 400.000, que puestos en fila llegarían a Moscú. Berlusconi no ha hecho nada por hacer limpieza.
En algún momento del último año se ha pasado de la raya y en Italia, país de conspiraciones, han comenzado a moverse los mecanismos para un post-Berlusconi. Muchos poderes económicos y políticos que le toleraban han empezado a pensar que ya no es útil. En la derecha el primero en abandonarle fue la UDC democristiana de Pierferdinando Casini. Berlusconi pudo ganar sin él, pero ahora es su principal aliado, Gianfranco Fini, líder del otro gran partido de la derecha, Alianza Nacional, quien no cesa de distanciarse de él. Es un Pepito Grillo implacable y no le pasa una tontería. Es decir, interviene casi a diario. Casini le ha llamado a crear un gran frente anti-Berlusconi. Se habla periódicamente de elecciones anticipadas.
A un nivel más subterráneo, el realmente interesante, es un secreto a voces que Luca Cordero de Montezemolo, presidente de FIAT y Ferrari, imagen del éxito y la seriedad, no descarta lanzarse a la política como nuevo gran líder de la derecha. Sólo está esperando el momento. En un estrato aún más profundo también la Mafia se ha movido. La aparición de un arrepentido, Gaspare Spatuzza, que acusa a Berlusconi de haber pactado con Cosa Nostra en los noventa puede ser leída como una maniobra en su contra. En las cloacas del sistema el juego sucio se ha abierto paso. El escándalo sexual de Berlusconi ha sido un golpe duro que, por ejemplo, ha acabado con sus ambiciones de llegar algún día a ser presidente de la República. Por último, otro poder decisivo, el Vaticano, que siempre le ha apoyado, ha chocado frontalmente con él por primera vez.
Ahora bien, Berlusconi es mucho Berlusconi. El domingo salió del coche ensangrentado para encararse con su agresor. No se debe subestimar que se crece en la adversidad, aún es muy poderoso y que el propio ataque contribuye a su popularidad y da razón a su victimismo. Estos meses sus medios han demostrado que pueden sacar vídeos o documentos comprometedores de cualquiera. Si la caída de Berlusconi está cerca, y habrá que verlo, desde luego no será serena.