Editorial

Haidar interpelada

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La petición ayer, en presencia de Hillary Clinton, del ministro de Asuntos Exteriores a Aminatu Haidar para que ponga fin a la huelga de hambre que mantiene desde hace un mes refleja los condicionantes a los que se enfrenta el Gobierno para procurar una salida diplomática a un conflicto en el que la presión internacional ante Marruecos, empezando por la que podría ejercer EE UU, difícilmente va a rebasar la salvaguarda de las relaciones entre Estados. Pero también advierte sobre los límites que tiene la extrema fórmula de reivindicación que protagoniza la activista saharaui. Porque aunque su determinación de regresar a El Aaiún viva o muerta interpela, sin duda, a Rabat y también al Ejecutivo español, en tanto que éste no puede desentenderse de su ayuno ni por sentido humanitario ni por responsabilidad política, no la descarga en modo alguno del deber de velar por su propia existencia. Haidar no parece reparar en la incongruencia que supone reclamar una solución mientras rechaza cualquier actuación que pueda ir contra su sentido de la dignidad. Y aun reconociendo que su causa ha devuelto actualidad al problema saharaui, es más que dudoso que la misma, por radical que resulte, vaya a desembocar en una salida a un contencioso sobre el que ayer hubo pronunciamientos evanescentes en Washington.