Bibliotecas y regalos
Actualizado:Hace dos semanas me dieron una de las grandes alegrías de mi vida. Me comunicaron que la biblioteca escolar del IES Sofía, que se inaugurará esta semana, llevaría mi nombre. Es una de esas noticias que te conmocionan y te dejan sin habla. Un premio inmerecido pero tan agradable, tan conmovedor, tan extraordinario.
Haciéndome aún a la idea de este honor que sobrepasa en mucho a mi persona, pensaba en mi propia y modesta biblioteca, la que me ha venido acompañando en todas mis mudanzas físicas y espirituales, que ha crecido conmigo, desarrollándose en la misma dirección que mis pensamientos y mis hábitos. Mi biblioteca tiene un valor económico muy limitado.
Después de mí, mis libros seguirán a gusto su viaje en el rastro o en una librería de viejos, si no me sale un sobrino lector que quiera heredarlos o una biblioteca popular que los acoja. Pero si espero que ninguno de ellos acabe en el reciclaje de papel y cartón, es por la compañía que me han hecho y por todo lo que tengo que agradecerles: al primer libro de poemas que leí y releí hasta memorizarlo (Bécquer, por supuesto: era de rigor); a aquel otro que rescaté de la quema de otra biblioteca (Historia de Gloria, de la inefable Gloria Fuertes); a La Odisea de cubiertas rojas y pésima traducción que me descubrió otros dioses más humanos que los míos; a ese ejemplar de Las mil y una noches ilustrado que me regaló la sensualidad de Oriente; al de Sobre los ángeles en el que un anciano Alberti me dibujó el pececito que solía; a mi Biblia, a pesar de todo. A cada uno de esos libros, humildes de continente, fastuosos de contenido, y a los que los acompañan en mis estanterías, les debo la vida.
Y a partir de ahora, tengo otra biblioteca que amar y en la que cifrar mis ilusiones. Gracias, amigos, profesores, alumnos, padres y madres del IES Sofía por ese regalo inconmensurable. La vida está en los libros. La vida es esta página.