Los lances de El Exquisito
Se rebelan. Aficionados y toreros catalanes defienden la belleza de la lidia y recuerdan que Olot tiene una de las plazas más antiguas de España
Actualizado:Germán Gil, El Exquisito, se hizo matador de toros para salvar el pellejo. Barcelonés del Raval e hijo de familia libertaria, su biografía tomó un camino inesperado cuando las tropas franquistas, que acababan de ganar la Guerra Civil, decidieron mandarle a Francia para construir campos de concentración. Aquellos lugares fríos e insalubres solían convertirse en tumba de sus obreros y el padre de Germán, aterrorizado, buscó ayuda para recuperar a su hijo. La encontró gracias a don Pedro Balañá, empresario taurino, propietario de la Monumental y cliente asiduo de Casa Leopoldo, la taberna familiar de los Gil en el corazón de Barcelona. Balañá, hombre bien relacionado con las nuevas autoridades, decidió entonces convertirse en apoderado de Germán, a quien reclamó para contratarle como torero. Con este papel y las oportunas súplicas de Balañá, un emisario militar se presentó en Francia para recuperar al muchacho y traerlo de vuelta a España. De esta insólita manera, Germán Gil, barcelonés del Raval, salvó la vida. A cambio, tuvo que convertirse en El Exquisito.
«Mi padre, que ya era aficionado y que siempre fue muy elegante, de ahí su apodo, se pasó luego un año en Salamanca aprendiendo a estarse quieto delante de una becerra», recuerda Rosa, actual propietaria de Casa Leopoldo y presidenta de la Plataforma para la Defensa de la Fiesta en Cataluña. El Exquisito se metió novillero e hizo el paseíllo en varias plazas, pero no llegó a tomar la alternativa: cuando el peligro pasó, cambió la taleguilla por el mandil y regresó al restaurante. Pero le quedó el gusanillo. «Continuó yendo a tentaderos, visitaba muchas ganaderías y a veces me llevaba con él; así conocí a los grandes toreros de la época», cuenta Rosa. Un día, en Salamanca, apareció un diestro portugués, José Falcón, que hizo buenas migas con la joven catalana: «Iniciamos una sana amistad que al cabo de diez años acabó en boda. Con tal mala suerte que, a los ocho meses de casados, un toro lo mató en la Monumental. Dos meses después, nació mi hija Carla». La voz de Rosa, transparente y dura, resume la tragedia en dos frases. Sin adjetivos. Sobre la caja registradora del restaurante, señala una secuencia fotográfica: un muchacho moreno y guapo, con semblante serio, se viste de luces. Es la imagen, en blanco y negro, de José Falcón. Su marido. «Al que siente de verdad el toreo, una desgracia así no le quita la afición. Yo sigo teniendo mi abono».
Casa Leopoldo, el mesón favorito de Vázquez Montalbán y de tantos otros literatos, resiste en El Raval y los motivos taurinos (cuadros, azulejos, fotografías) ocupan todas sus paredes. Su dueña lucha contra la posible abolición de las corridas en Cataluña: el pleno del Parlamento votará el próximo viernes la Iniciativa Legislativa Popular que pide su supresión. «A los animalistas de buena fe, les puedo entender -asegura Rosa-. Pero no soporto al político maquiavélico que ve en la fiesta un espectáculo españolista. Todos aquellos que dicen que Cataluña no tiene tradición taurina son unos indocumentados». Y recuerda, como si recitara una lección, que una de las primeras plazas de toros en España se levantó en Olot (Gerona); que el primer espectáculo taurino, con vaquillas y toros en una plaza encuadrada con maderas, se dio en Cardona (Barcelona); que, a principios de siglo, la capital catalana tenía tres plazas fijas con festejos continuos y llenos garantizados; que ilustres catalanistas como Lluis Compayns o el padre de Jordi Pujol eran aficionados...
El discurso nacionalista que late bajo la iniciativa popular también indigna a Joaquín Bernadó i Bertomeu, matador barcelonés retirado, cuyos duelos con Chamaco hicieron hervir la Monumental hace 40 años. «Me da rabia, porque un país no puede ignorar su historia: casi todas las plazas de toros en Cataluña (Gerona, Figueras...) datan del siglo XIX. Y entonces allí sólo había catalanes, no como ahora». El diestro vivió en propias carnes la pasión taurina de Barcelona, cuando decidió dejar su ciudad y mudarse a la capital de España: «Fue como cuando Figo se marchó del Barça. Si no me salían las cosas, me llevaba muchas broncas en la plaza. Me gritaban: 'Vete a Madrid, renegado'».
La llama de Bernadó, hoy profesor de la escuela taurina madrileña, sigue viva en Barcelona gracias a Serafín Marín, el único torero catalán asiduo de las grades ferias. Nacido en Montcada i Rexac hace 26 años, Serafín quiso hacerse matador a los doce, cuando estudiaba en el instituto de su pueblo: «Noté un poquito de extrañeza entre mis amigos. Pero no me apartaron del grupo. Ni mucho menos. Todo lo contrario, les chocaba y me hacían muchas preguntas». Sentado en una mesa del Bar Bretón, una improbable tasca taurina regentada por una pareja de chinos, Serafín señala una fotografía suya colgada en la pared: con gesto grave y mirada desafiante, hace el paseíllo en la Monumental tocado con una barretina (el sombrero típico catalán). «Aquella semana -recuerda- habían declarado a Barcelona ciudad antitaurina. Tuve la suerte de coger la sustitución de Morante de la Puebla y toreé con El Juli y Finito de Córdoba. Me dieron la idea y, ni corto ni perezoso, cambié la montera por una barretina. La foto dio la vuelta al mundo. Reivindiqué que uno podía ser catalán y torero. ¿Por qué no?».
En esta época tan adversa para su pasión, los taurófilos catalanes han encontrado un mesías al que encomendarse. «José Tomás es un fenómeno social en Barcelona», certifica Rosa Gil. El torero de la gravedad, de la tragedia y del silencio ha elegido la Monumental como escenario de sus tardes más resonantes. «Gracias a él muchísimas personas de todas las ideologías han descubierto lo que es realmente la fiesta de los toros», resume Salvador Boix, apoderado catalán de Tomás, que prevé una votación apretada en el Parlamento. El PP (14 escaños) y el Grupo Mixto (3) están en contra, ERC (21) e Izquierda Unida (12) a favor y tanto el PSOE (37) como CiU (48) han dado libertad de voto a sus diputados. Para Boix, el resultado dependerá de la actitud de los convergentes. «En el fondo -explica-, abolir los toros sería una medida torpe. Esto es un negocio y, sin prohibiciones de ningún tipo, subsistiría hasta que no lo fuera. Y eso en Barcelona iba a suceder más pronto que tarde».
Tanto Boix como Rosa Gil reconocen que la afición en Cataluña ha caído en barrena. «Aquí sólo somos los 400 que seguimos yendo a la plaza todos los domingos», suspira, como si formara parte de una pequeña célula de resistencia, la dueña de Casa Leopoldo. «Los toros han sido marginados desde hace más de 20 años y hoy en día la penetración social es muy minoritaria», lamenta Boix, que arremete contra el tufillo político de la abolición: «Esto parece la aldea de los pitufos. Están intentando laminar la forma de ser catalana, que antes se resumía en dos palabras, el 'seny' (sentido común) y la 'rauxa' (pasión). Veinte años de gobierno de lo políticamente correcto han construido un 'seny' corrupto, de mentira». Y la hija de El Exquisito clama, recobrando por un instante el espíritu anarquista de su familia: «¡Prohibido prohibir!».