Obama, de paisano
Actualizado: GuardarSe nos había olvidado que Barack Obama es norteamericano. Teníamos muy presente que es negro, que se ha convertido en una esperanza colectiva y que desea, en la medida de lo posible, que siempre consiste en superar las imposibilidades, arreglar el mundo.
De momento, al recoger el Premio Nobel de la Paz, ha hablado de la guerra. Al fin y al cabo, llamamos paz a los cortos intervalos que transcurren entre los conflictos armados. Es un orador muy atractivo. Tiene, como se exigía a las cantantes, voz, oído y sentimiento, pero ha hecho un canto a la vía bélica y se ha referido muchas menos veces a la paz, «madre del pan», que a la guerra, padre de orfandades y desdichas. Su brillante defensa de «la guerra justa» tiene muchos antecedentes. Desde Plinio -no sé si el joven o el viejo, que reconocía que es un atentado contra el ser humano, hasta Maquiavelo, que estaba convencido de que la guerra necesaria es justa.
El prematuro Nobel de la Paz que no vestía de pingüino, ni tiene aún la próstata hecha una castaña asada, como es preceptivo entre los galardonados, aceptó el discutible premio con humildad y aprovechó para dejar las cosas claras, para que no haya equívocos. Es partidario del uso ocasional de la fuerza, si bien bajo reglas.
Su ídolo no es Gandhi. La verdad es que «la no violencia» no ha muerto en Estocolmo, ya que no ha existido jamás. Es cierto que si todos fuésemos pacifistas bastaría un par de escuadrones aguerridos para someter al mundo entero. Aunque fueran piratas o terrícolas más o menos desesperados. Los que creen en «la paz perpetua» que lean a Kant. Es más barato que comprar armas y abandonar toda esperanza.