José M. Sánchez Gey
Actualizado: GuardarCreo que, en esta ocasión, cumplo un grato deber si declaro públicamente que don José Manuel Sánchez Gey es uno de los modelos que han orientado y fundamentado mis reflexiones sobre el arte de no envejecer o de cultivar la ancianidad. Desde que lo conocí en Tarifa, hace aproximadamente medio siglo, fijé mi atención en la sorprendente habilidad con la que desplegaba todas sus capacidades para seguir creciendo, para alcanzar una vida más plena, más consciente, más intensa y más humana. Desde mis primeras conversaciones con él advertí su destreza para interpretar, comprender, valorar y disfrutar plenamente de la vida familiar, ciudadana, profesional y social. Sus actitudes nobles y la conducta coherente con sus principios evangélicos, me mostraron con claridad cómo su decisión de seguir creciendo tenía mucho que ver con un permanente y programado esfuerzo que siempre ha realizado para de seguir alimentando su espíritu, profundizando en las raíces éticas y cultivando el gusto estético.
Gracias a la ascética ignaciana con la que ha seguido cultivando su espíritu, ahora, cuando ya ha sobrepasado la barrera de los noventa años recoge los frutos maduros y saborea los jugos nutritivos de las experiencias más fecundas y gratificantes de su existencia. De él hemos aprendido cómo la moderación constituye un hábito necesario para conservar la salud corporal, el equilibrio mental y, también, la armonía social. Él nos ha enseñado también cómo la prueba más contundente y la expresión más clara de la sabiduría humana es la difícil virtud de la discreción que consiste, fundamentalmente, en la capacidad de administrar las ideas, de gobernar las emociones, y, más concretamente, en la habilidad para distribuir oportunamente las palabras y los silencios.