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Opinion

Apátridas

Una de las imágenes más emocionantes es la de un individuo enfrentándose a muchos

F. L. CHIVITE
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No puedo evitar pensar en esa mujer. Y no puedo evitar verla sola. Debido a no sé qué extraño desarreglo en alguna de las estructuras más recónditas de mi esquiva naturaleza tiendo automáticamente a simpatizar con cualquier forma de resistencia pasiva. Sobre todo si es individual. Una de las imágenes que me resultan, por un lado, más emocionantes y, por otro, más radicales y difíciles de entender, es la visión de un individuo enfrentándose a muchos. No hay mayor soledad. Imagínenselo: uno frente a tres. O uno frente a diez. Miren ahora a esa mujer, Aminatu Haidar. Sola frente a millones. Sola frente a reyes y gobiernos. Sola frente a Estados y culturas. Una frente a la ONU y frente al mundo. Sin nada en las manos. Salvo su propia alma, si eso puede considerarse un arma.

Me sobrecoge observar su valor. La determinación que emana de ella. Desde el momento en que yo escribo estas palabras hasta que salen publicadas pasa un tiempo. Y en este caso, esas pocas horas han podido bastar para que la situación cambie esencialmente. En cualquier caso, mi reflexión no pretende juzgarla en ningún sentido. Ni en lo político, ni en lo estrictamente moral. Hemos oído demasiadas cosas. Unos la defienden, otros la critican o la atacan. Yo no voy a entrar ahí. Miren, al margen de que su gesto esté sirviendo para dar cierta publicidad a la causa saharaui, y al margen también de que lo complicado de la situación brinde a la oposición la oportunidad de erosionar al Gobierno, la verdadera cuestión es que esa mujer está ahí. Que ha dicho 'no'. Que se ha convertido en un problema político de una envergadura inusitada. Y que nadie sabe qué hacer ni qué decir que no suene ya ligeramente estúpido. Salvo eso de que es necesario seguir presionando (es decir, suplicando), al rey de Marruecos desde instancias cada vez más elevadas. Todo por una persona, apátrida y pobre. Es increíble. Aunque sólo sea por eso es imposible no admirarla. Una mujer que es capaz de decir 'no' en un mundo de 'síes'.

Luego, por otro lado, el tiempo pasa, claro. Las cosas duran poco. De hecho, no podemos evitar sospechar que cada vez duran menos. Y todo se aleja y se olvida con facilidad. Es bastante improbable que la huelga de hambre de Haidar ayude a la larga a la causa saharaui, si es que algo puede ayudarla. En todo caso, ella sólo dice que resiste por su propia dignidad. Y que quiere ir a casa. Al final, un país como España no puede permitir que muera, eso está claro. Y eso ella también debe saberlo. De modo que, en el peor de los casos, cuando pierda la conciencia los jueces ordenarán su internamiento en un centro sanitario, lo cual tampoco supondrá el final del problema para los políticos, pero ya no será igual. Entonces estará en manos de los médicos. Y el tiempo seguirá pasando según su costumbre.