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Si el alzheimer pudiera y la niñez supiera
La escuela El Patio de Zona Franca organiza una jornada de convivencia navideña entre los enfermos del centro Alzhe y los niños
CÁDIZ. Actualizado: GuardarAyer fue una jornada festiva en la escuela infantil del Patio de Zona Franca. Recibían visita. Los anfitriones eran los pequeños de hasta tres años que cada día asisten a la guardería y los visitantes, enfermos del centro de día de alzheimer que pasaron en las instalaciones del recinto fiscal una jornada de convivencia.
El día empezó con un buen desayuno. Cafelito y churros. «Carmen, no te puedes dar una 'pechá' de churros», le recordaba la cuidadora a una de las ancianas. Terminado el ágape, llegó el encuentro. Se abrieron las puertas y los niños entraron. Alguno tomando confianzas desde el principio.
En más de un caso se produjo el flechazo. Carmen, que ni siquiera puede recordar que tiene nietos, no soltaba de la mano a Claudia, una de las pequeñas de la guardería. Ambas parecían tener muchas cosas en común.
«El trato con los pacientes de alzheimer es similar al que se les da a los niños: paciencia, cariño y sentido del humor», advertía la coordinadora de Alzhe Cádiz, Begoña Jara. Pero con una diferencia: «A los niños, todo el mundo les dedica una sonrisa, pero a ellos, es más difícil y lo necesitan igual».
Los pequeños actúan para los mayores. María José, una de las socias que ha puesto en marcha la guardería (tienen dos centros en Cádiz) saca la guitarra. Arrancan los villancicos y como son de toda la vida, nadie se equivoca con las letras. Estos enfermos van perdiendo la memoria a corto plazo. «Por eso la mayoría de ellos se acuerda del nombre de sus padres y hermanos, pero no del de su mujer o sus hijos», explica Begoña Jara. Siempre comienzan olvidando lo más reciente, lo que hicieron ayer para, al final, pasar a recordar sólo los detalles de la infancia.
En semicírculo, todos cantan el 'Ande, ande, ande, la Marimorena' y el clásico 'Pero mira cómo beben los peces en el río'. Sin mucho orden pero en total armonía.
«Mira qué muñeca», señala una de las señoras a una niña de bucles rubios. «¿Cómo te llamas? -le pregunta Elena, de dos años, mientras Ana, la enfermera del centro, va detrás de otra de las mujeres: «Aquí tienes la pastilla, Isabelita». La aludida la mira y le pregunta quién es. «Soy la que te doy las pastillas todos los días».
Los visitantes se animan. Piden gorros de Papa Noel. Se reparten panderetas. Algunos son jóvenes, como Alfonso, que tiene sólo 52 años.
Niños, pero adultos
«La diferencia entre ellos y los niños es que este fin de semana sus padres se los llevarán de compras o a dar un paseo y a ellos les ponen en una butaca a ver la tele hasta el lunes», relata la coordinadora.
Los trabajadores del centro Alzhe dicen que distinguen cuando a los enfermos se los aparca en un sillón y cuando la familia les presta más atención. «A veces vuelven de un puente tristes e, incluso, pierden algunos de los avances que habían hecho», explica Begoña.
Por eso, encuentros como el de ayer son un motivo de alegría. Tanto la dirección de la escuela infantil como los responsables del centro de alzheimer se mostraban ayer satisfechos con los resultados y votaban por repetir la experiencia el próximo año. Niños y mayores disfrutaron a lo grande. Aunque dentro de unos días ni unos ni otros lo recuerden.