Incómoda vecindad
¿Por qué enojarse con desconocidos si se puede cargar contra las víctimas?
Actualizado: GuardarHace cosa de 15 años, los amigos de Mólotov decidieron celebrar una de sus juergas al pie de nuestra vivienda. Era ya de madrugada cuando la Policía nos sacó de casa en pijama y a toda prisa porque la sucursal bancaria de la planta baja era pasto de las llamas producidas por un cóctel incendiario. El tufo ya alcanzaba los primeros pisos, y por las rendijas de persianas y enchufes se empezaba a colar un irrespirable humo negro. Afortunadamente, los bomberos hicieron su trabajo a tiempo y todo quedó en el susto, en unos cuantos días de limpieza a fondo y en engorrosos trámites con las casas de seguros. Lo bueno vino más tarde, cuando se convocó una reunión de la comunidad para debatir lo ocurrido, hacer el recuento de daños y prejuicios, arreglar papeles, desahogarse, en fin. Un sector de los vecinos -minoritario pero nutrido- propuso exigir a la entidad bancaria que cerrase sus locales y se fuera con la pasta a otra parte.
Uno no es muy amigo de bancos, cajas de ahorros, montes de piedad y demás empresas sostenidas en la usura institucionalizada. Pero sí tiene cierto aprecio por la lógica, que en aquella ocasión empujaba a pensar que la culpa del sofocón no correspondía al banco sino a los pirómanos. Esta clase de inversión, sin embargo, no es infrecuente. ¿Para qué enojarse con unos responsables desconocidos cuando se pueden cargar las iras contra las víctimas, que están visibles y más a tiro? Es lo que está sucediendo en la localidad vizcaína de Durango, donde el pasado mes de julio ETA hizo explotar una bomba en la sede local del Partido Socialista. Un ciudadano trasnochador o insomne vio al terrorista que depositaba el artefacto en la puerta y pudo alertar a la Policía con tiempo para que acordonar la zona y desalojara a los vecinos. Pero eso no impidió el estallido de la bomba y los consecuentes daños en el bloque de viviendas. El tamaño de los desperfectos viene a ser lo de menos. Hechos de este tipo dejan el miedo metido en el cuerpo y no se olvidan tan fácilmente.
A lo que se ve, la onda expansiva sigue causando efectos meses después porque varios vecinos han colgado en balcones y ventanas unas pancartas de queja. ¿Contra quién? Contra la sede socialista, por supuesto. El 'que se vayan', ese clásico del folclore vasco, no apunta hacia los autores del atentado sino hacia sus principales damnificados. Lo que reclaman los carteles tendidos en el número 1 de la calle Astxiki de Durango es el cierre de la casa del pueblo. Tal vez piensen que es un objetivo más fácil de alcanzar que la disolución de ETA. No sabemos en qué acabará el asunto. Lo que sí estoy en condiciones de contarles de primera mano es cómo acabó lo de mi bloque. Pasado cierto tiempo, el banco cerró la sucursal, y su lugar está ocupado ahora por una tienda de pinturas, esmaltes, barnices y otras sustancias inflamables. El vecindario, encantado.