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Los cazadores de dióxido
Globos con azufre, cristales en el espacio... Cómo frenar el cambio climático excita la imaginación de los científicos
Actualizado: GuardarImagine que entra en un bar y, mientras se toma un cortado, escucha la conversación de cuatro tipos de mediana edad que beben coñac y juegan al mus. Imagine que todos aseguran que están muy preocupados por el cambio climático y que, además, piensan que la cumbre de Copenhague se quedará en agua de borrajas. Imagine que, de pronto, uno se levanta y, envalentonado, dice que ve clara la solución del problema: hay que enviar a la atmósfera globos llenos de azufre. Entonces otro, picado en su amor propio, le lleva la contraria y afirma que lo mejor sería mandar miles de cristalitos al espacio para que filtren la luz solar. Tras escucharles atentamente, el tercero mueve la cabeza disgustado y asegura que nada sería tan eficaz como utilizar el plancton marino para que se comiera todo el CO2 sobrante. Y,por fin, el último de ellos, casi al borde de la carcajada, les rebate que el único método aprobado por la ONU es la construcción de árboles gigantes que capturen el dióxido.
Después de oír esta conversación, seguramente usted apuraría su cortado, pagaría la cuenta y se marcharía del bar con la sonrisilla del que se sabe cuerdo y sobrio. Y, sin embargo, usted habría tenido la suerte de escuchar las ideas de Paul Crutzen, premio Nobel de Química; Roger Angel, astrónomo de la Universidad de Arizona; Victor Smetacek, biólogo del instituto Wegener; y Klaus Lackner, profesor de Geología de la Universidad de Columbia. Cuatro eminencias que asumen la grave situación del planeta y que han buscado remedios imaginativos para el calentamiento global.
De todos ellos, Lacker es el único que puede presumir de haber seducido al Panel Intergubernamental para el Cambio Climático de la ONU. Su proyecto consiste en crear 'árboles artificiales': dispositivos de 30 metros de altura cuyas ramas filtran y capturan el CO2. Después, ese gas se transforma en líquido para ser enterrado en plantas especiales, como la que existe en Shwarze Pumpe (Alemania) o la que se pretende ubicar en Ponferrada. Un solo árbol sería capaz de procesar 90.000 toneladas de dióxido de carbono al año; o sea, el equivalente de lo que arrojan a la atmósfera 20.000 automóviles.
Al lado de las propuestas de Lackner, cuyos prototipos ya están en vías de construcción, las otras tres teorías no pasan de ser brillantes ejercicios de imaginación. El Nobel holandés Paul Crutzen (en la foto), investigador de la capa de ozono, reparó en el impacto que sobre el clima tenían las erupciones volcánicas. El estallido del Pinatubo (Filipinas, 1991) inundó la estratosfera con millones de toneladas de azufre. El resultado fue que la temperatura media del planeta descendió, durante los doce meses siguientes, casi un grado y medio. Algo similar a lo que ya había anotado el antropólogo australiano Brian Fagan, cuyo libro 'La pequeña edad de hielo' reveló que la erupción del Tambura, en Indonesia, logró capturar casi el 20% de las radiaciones solares y borró en todo el mundo el verano de 1816. Desde hace tres años, Crutzen propone seguir el ejemplo volcánico y enviar miles de globos cargados con hidrógeno sulfúrico líquido a 20 kilómetros de altitud. Al soltar su carga, las partículas de azufre retendrían buena parte de la radiación solar y lograrían rebajar la temperatura del planeta.
Al espacio exterior también mira el astrónomo Roger Angel, aunque él se fija en un punto determinado: el Lagrange L1. Cualquier cuerpo que se sitúe en este lugar -el 1% de la distancia que nos separa del Sol- orbitará alrededor del astro a la misma velocidad que la Tierra, con lo que acompañará eternamente a nuestro planeta en su viaje. La idea de Roger Angel es sembrar este punto de millones de pequeños discos (de unos 60 centímetros de diámetro) que reflejen la luz solar y que reduzcan, por lo tanto, el nivel de radiaciones que llegan a la Tierra. El problema, además del elevado costo, es la dificultad de colocar estos reflectantes a 1,5 millones de kilómetros de distancia.
Mientras que Lackner, Crutzen y Angel miran al cielo en busca de soluciones, Victor Smetacek cree que la respuesta está en el fondo del océano. Biólogo del instituto Alfred Wegener de Investigación Polar (Alemania), Smetacek es muy consciente de que el fitoplancton que crece en los mares captura dióxido de carbono durante el proceso de fotosíntesis. Ya en el año 2006, este científico indio propuso sembrar con hierro -un poderoso nutriente- los fondos marinos, lo que aceleraría el crecimiento de fitoplancton. Su idea, discutida por ecologistas y otros científicos, es que estos organismos marinos absorberían gran cantidad del CO2 sobrante en la atmósfera, que luego quedaría enterrado en lo más profundo del océano.
Sus 'árboles artificiales' de 30 metros, cuyas ramas filtran y capturan el CO2, están ya en marcha.
Propone lanzar a la estratosfera globos cargados de hidrógeno sulfúrico para retener las radiaciones
Cree que la mejor solución es colocar millones de discos reflectantes entre la Tierra y el Sol