Catetismo ilustrado
Actualizado: GuardarHace unos días, José Manuel Caballero Bonald se convertía en el tercer gaditano en recibir el Premio Cervantes, que viene a ser el Nobel de las letras hispanas. Como él mismo reconoció antes y después del anuncio del ministro Wert, ya le tocaba. Un reconocimiento postrero, en el mismo año en el que el poeta jerezano ha publicado su testamento literario, el poemario (aunque solo hay un poema de casi 3.000 versos) ‘Entreguerras’. Al igual que el rechazo de la Academia para que ingresara en ella le traía sin cuidado a uno de los nombres más destacados de la Generación del 50, lo de suceder a Nicanor Parra (el ganador del Cervantes en 2011) se le antojaba una cuestión de justicia. Demasiados años con la vitola de favorito. Tantos otoños esperando en su cuartel madrileño viendo pasar a otros protagonistas en los titulares. Tanto, para que un alarde de humildad y pudor a partes iguales, lo primero que se le ocurre a Pepe Caballero cuando por fin obtiene el último gran galardón que le restaba por conseguir, sea declarar públicamente su pesar porque no se lo han dado al compañero y amigo Juan Goytisolo. Y, ¿qué es lo contrario a la contención y la prudencia? La arrogancia. Las palmadas en la espalda propia. Lo vemos a menudo cuando un compatriota o un vecino consigue el éxito. ¿Que Perianes y Kiko Veneno (catalán criado en Cádiz) ganan sendos premios de la Música? ¿Que el Herralde lleva nombre andaluz? Paso adelante del político de turno para arrogarse el mérito. ¿Caballero Bonald es el último Cervantes? Algo habrá tenido que ver la cuna jerezana. Quemamos twitter, bombardeamos a comunicados y empezamos a pensar sobre la idoneidad de ponerle una calle al susodicho. En este tiempo de globalización de la cultura cada vez me siento más inmersa en el catetismo ilustrado. Esa filosofía que valora el trabajo de los que hacen y mueven la cultura en virtud de que ya la hayan hecho otros. Esa corriente que mide la valía en función de si se comparte o no el padrón. «¡Para una vez que se habla de Cádiz para algo bueno!» Piensa el que se sube al carro del éxito sin vacilar -el que no duda es imbécil diría Caballero Bonald-. Menos mal que aún quedan mentes y espíritus preclaros que reconocen no haber hilado tres versos salidos de la pluma jerezana, ni siquiera, saber dónde está o de qué se encarga la Fundación que tiene en su ciudad el escritor. Ya se sabe, se pilla antes a un cateto ilustrado...