Gravedad manoseada
¿Merecía la intransigencia de Marruecos una respuesta tan extrema como la huelga de hambre?
Actualizado:Dignidad es una de esas palabras graves, de significado personal, subjetivo y ambiguo; casi imposible de medir si no es por comparación -con quien la tiene o no la tiene, en todos los órdenes de la vida o ante una dificultad concreta-; pero cuya simple mención remite, invariablemente, a un sentimiento, a una actitud, muy poco trivial. Por eso es tan llamativo el momento de apogeo que vive el término en las páginas de la actualidad española, bien sea referido a la desgraciada situación en que se encuentra Aminatu Haidar, bien a la sentencia pendiente sobre el Estatuto de Cataluña, bien a cualquier otra cuestión controvertida. Escudarse en la dignidad, como en otras grandes palabras cuyo sentido más profundo se desvirtúa con el manoseo fácil o interesado, permite tanto justificar el propio comportamiento cegando las oportunidades de rebatirlo, como evitar tener que dar explicaciones más comprometidas sobre lo que se hace, se piensa o se dice. Una de las cosas más sorprendentes del 'caso Haidar' es que nadie parezca con ganas de preguntarse si la intransigencia desplegada una vez más por Marruecos -a lo que se ve, dispuesto a aplicarla no sólo a los que considera sus súbditos, sino también a sus aliados diplomáticos- merecía, en último punto, una respuesta tan extrema como una prolongada huelga de hambre.
La causa de Aminatu Haidar se ha transformado en la metáfora más dramática de un conflicto histórico lamentablemente irresuelto. Pero ni oculto ni olvidado: no hay más que repasar las adhesiones recibidas en su forzoso destierro en el aeropuerto de Lanzarote, sin obviar el predicamento que siguen teniendo las reivindicaciones del pueblo saharaui en nuestro país. De hecho, la presión de un sector de la opinión pública que se identifica en gran medida con el electorado socialista ha contribuido a situar al Gobierno todavía más entre la espada del preocupante ayuno de Haidar y la pared de la obcecación marroquí. Un Ejecutivo, el de Zapatero, que se ha tenido que ir acostumbrando a gestionar los problemas sobrevenidos que él mismo se provoca, pero que aún no parece tan entrenado frente a los que le causan los demás.
La disposición a sacrificar la propia vida por lo que se cree justo, por lo que se interpreta que da pleno contenido a esa vida que se arriesga, ha dado ejemplos memorables. Ejemplos que han remarcado la cobardía y la ignominia de quienes habían quedado del lado de la indignidad o, simplemente, de la indiferencia. Pero contemplando las imágenes de apoyo a Haidar aflora un interrogante incómodo: si todos aquéllos que se solidarizan con ella han interiorizado de verdad, con plena consciencia, el terrible desenlace que puede tener este caso, o si bien late en el trasfondo una conmiseración distante hacia una reivindicación de la dignidad individual llevada tan al límite.