![](/cadiz/prensa/noticias/200912/07/fotos/1352565.jpg)
25 años generando polémica
Enrico David, Roger Hiorns, Lucy Skaer o Richard Wright son los finalistas del galardón que se falla hoy El Premio Turner cumple un cuarto de siglo y presenta una edición más tranquila
Actualizado: GuardarHan pasado 25 años desde que un grupo bautizado como 'Mecenas del Nuevo Arte' pusiese en marcha el Turner Prize, un galardón que premia a un artista que, independientemente de su nacionalidad, desarrolla su trabajo en el Reino Unido. Hoy uno de los finalistas de esta edición -Enrico David, Roger Hiorns, Lucy Skaer o Richard Wright- se hará con 25.000 libras (27.650 euros). Sus nombres son conocidos entre los críticos de arte, no así entre el público en general, pero han sido seleccionados porque, según el jurado, su trabajo ha supuesto una contribución importante al mundo del arte contemporáneo a lo largo del último año. Puede que sólo sea cuestión de tiempo que su nombre resuene; si no, que se lo digan a otros catapultados a la fama por ese galardón, como Damien Hirst o Tracey Emin.
Como todos los años, la prensa británica se ha involucrado haciendo sus apuestas. También el público, de todas las edades, que a la salida de la exposición en la Tate Britain de Londres tiene la oportunidad de seleccionar a su favorito y colgar en un mural sus reflexiones. Esto es una prueba de que la gente ha perdido el miedo al arte contemporáneo: «Es increíble cómo ha cambiado la actitud de la gente desde 1984. Todos los años alguien dice que es la última edición del Turner Prize, pero en 2008 nos visitaron 90.000 personas, 20.000 más de las que esperábamos. Ahora hasta un taxista londinense te sorprende comentando el trabajo de los artistas. Eso es un gran logro», dice orgullosa la comisaria del certamen, Lizzie Carey-Thomas.
De todos los trabajos finalistas el que se sale más de lo normal es el de Roger Hiorns, de 34 años. La sala dedicada a su obra está cubierta de partículas de distintos tonos grisáceos que evocan un paisaje y es el resultado de haber atomizado el motor de un avión de pasajeros hasta quedar transformado en polvo metálico. Su obra es muy variada porque abarca también esculturas hechas de materia de cerebro de vaca, plástico y acero. Aún así, su obra más ambiciona la hizo el año pasado: llenó un apartamento de protección oficial de los años sesenta del sur de Londres que iba a ser demolido de 75.000 litros de sulfato de cobre que, después de un tiempo, cristalizó en suelo y paredes dando una forma mágica a aquel espacio previamente decadente.
El italiano Enrico David, de 43 años, nos invita a entrar en una sala de juegos: hombres en forma de huevos de papel maché que se columpian en un escenario inspirado en la publicidad. Lo describen como un surrealista contemporáneo por el sentido del humor que se desprende de su obra en la que critica la alienación del ser humano. Es, sin duda, la obra más divertida, sobre todo si la comparamos con la de la única mujer finalista, Lucy Skaer, de 34 años, que sorprende sobre todo con la instalación del esqueleto gigante de una ballena a la que podemos ver sólo parcialmente a través de varios huecos en la pared.
Fuera de los común
Richard Wright, de 49 años, pinta espacios de acuerdo con la arquitectura del edificio. La pared que ha diseñado para la muestra de la Tate le ha llevado tres semanas y parece un fresco renacentista formado por hojas doradas que constituyen la composición más bella de las cuatro finalistas. Sin embargo, esa no es una característica asociada tradicionalmente a los ganadores, ni tampoco la veteranía de Wright constituye un factor determinante.
Lo que curiosamente puede llamar la atención este año es que el trabajo de los seleccionados por el jurado no es ni impactante, ni controvertido, un término que se ha asociado al Turner Prize. Su comisaria insiste en que «nunca se marcaron el objetivo de serlo. En los noventa muchos artistas se proponían chocar a través de su trabajo. Desde entonces los titulares de la prensa giran en torno a esa idea». Carey-Thomas se refiere a artistas como Tracey Amin, que llamó tanto la atención exhibiendo su propia cama deshecha -completada con medias usadas, cigarrillos, botellas, entre otros componentes asociados al día después de una noche para olvidar- que casi todo el mundo cree que ganó en 1999, cuando en realidad la favorita no pasó de la final, y nunca más volvió a ser nominada.
Damien Hirst, conocido por exhibir animales en vitrinas repletas de formol, se hizo con el premio en 1995 y su fama y fortuna han superado a la de cualquier otro ganador. Incluso al premiado en 1991, Anish Kapoor, originario de la India y uno de los escultores más aplaudidos de su generación, cuya obra se exhibe estos días en la Royal Academy de Londres.
Ese año precisamente marcó un antes y un después en el Turner Prize. En 1990 tuvieron que suspender el certamen porque se retiró el patrocinador, pero «eso fue bueno porque posibilitó la reflexión», comenta la comisaria. Un año después fue relanzado bajo la batuta del director de la Tate, Nicholas Serota, con las pautas que hoy perviven. Pocos podían aventurar que el Turner cumpliría su 25 cumpleaños, ni que, como resalta Carey-Thomas, «obras que habían parecido radicales y chocantes ahora resulten muy familiares».