Un bereber mira la puesta de sol en un oasis del Sáhara. :: EFE
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Un oasis sin sombras ni dátiles

La venta incontrolada de palmeras devasta los vergeles del sur de Marruecos

SKURA. Actualizado: Guardar
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«Antes desde aquí no se podía ver el final del oasis», reconoce Moha Nasser, señalando al horizonte desde una de las terrazas de la kasba de Amerdihl. La imponente construcción de adobe del siglo XVII se alza sobre el enorme palmeral de Skura, en el marroquí valle del Dadés. Al fondo, el Alto Atlas, un paredón de más de 4.000 metros de altura, enmarca la idílica imagen. Nasser, nacido y criado en esta desértica región, sabe bien de la importancia del oasis y ha sido testigo en los últimos ocho años de su progresiva y lenta destrucción. La sequía ha hecho estragos. También el bayoud (fusariosis), un hongo que seca las palmeras. Pero, sin duda, el mayor golpe que ha recibido el palmeral procede, como casi todos los males del país norteafricano, de la pobreza.

Las palmeras se han convertido en el elemento decorativo imprescindible de las villas, hoteles y mansiones que han aflorado con el 'boom' turístico e inmobiliario de regiones como la de Marrakech o Agadir. Pero nadie quiere esperar quince o veinte años a verlas crecer. ¿La solución? Comprarlas ya adultas en los lugares donde más abundan: los oasis.

Los agricultores de las decenas de vergeles marroquíes, pobres de solemnidad, muchas veces asfixiados por las deudas y la sequía, no se lo piensan dos veces y venden los árboles a precios irrisorios. «Las palmeras se venden por 150 dirhams (unos 13 euros) y a veces incluso por menos a intermediarios que luego las revenden en Marrakech o Casablanca a 6.000 dirhams (550 euros)», explica Martine Cabarez, de la asociación Coeur de Palmier, que trabaja en Skura desde hace varios años para concienciar sobre este fenómeno que está devastando los oasis del sur del reino norteafricano.

La palmera es el corazón de estos pequeños vergeles. Ayudan a retener el agua, dan sombra y permiten el cultivo a su alrededor. Los dátiles se secan y duran meses, además de ser dulces y energéticos. En Ramadán se rompe el ayuno con ellos; en las bodas, los novios se ofrecen dátiles y leche en señal de amor y buena suerte.

La mayor parte de las palmeras (Phoenix Dactylifera) que se venden son machos, que no producen frutos. Desde 2004, en el oasis de Skura se han arrancado a un ritmo de entre diez y treinta al día. Desde entonces, cada año el oasis se ha reducido en un 5%, según cálculos de Cabarez. «Desde 2001, se han arrancado cerca del 75% de las palmeras macho de Skura», señala la experta en ecoturismo, quien prevé que en pocos años, si no se pone remedio, no habrá árboles con los que polinizar a las hembras para que den dátiles.

Falta reglamentación

Hasta ahora, en los oasis no existe una reglamentación que controle este catastrófico tráfico. Las palmeras se encuentran en terrenos privados, y son los dueños los que deciden qué hacer con ellas, a pesar de que la deforestación afecta al conjunto del vergel. «Muchas de las palmeras que se arrancan, además, no llegan a sobrevivir», reconoce Cabarez.

La sensibilización es la clave de la protección, apuntan los expertos. Por eso, este tipo de iniciativas, además de un amparo legal de los árboles, son las que están ayudando a recuperar el gran palmeral de la turística Marrakech, un patrimonio natural que data del siglo XI.