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EL RAYO VERDE

Lengua de signos

LALIA GONZÁLEZ SANTIAGO
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Para mí que en la cuartetera que pare un cuarteto hay un signo, una «mínima unidad del lenguaje» según la semiótica, un aviso como surgido del Apocalipsis, de que algo extraño está pasando ante nuestras propias narices. Cosas raras, y muchas. Por ejemplo, el viernes se convoca un pleno del Ayuntamiento de Cádiz, donde se supone que se abordan los asuntos cruciales del bien común, donde se sientan señores depositarios del sacrosanto voto de los ciudadanos, pero se representa una astracanada mala, una salida de tono sin gracia que supera la barrera del respeto institucional. Tendrá que ser un respeto mutuo, de acuerdo, y bien hará el poder en vigilar el orden democrático de sus usos, pero, por favor, ahórrennos estos espectáculos. Si esta es la mejor manera de hacer oposición que tiene la oposición puede que el actual grupo municipal socialista esté practicando la política de tierra quemada para que el que venga detrás en la próxima lista, que alguien tendrá que ser, se lo encuentre más difícil todavía.

Pero el relato completo de los hechos que acontecieron el pasado viernes en la muy noble, muy leal y muy heroica ciudad de Cádiz, para amantes de la pequeña historia local, es aún más alucinante. Uno de los líderes del show burlesque del pleno, Federico Pérez Peralta, hubo de salir corriendo de la sesión -iba a decir función- de San Juan de Dios para ocupar la mesa presidencial del acto de homenaje a la Constitución que organizaban los 'federales', o sea la Subdelegación del Gobierno, en la Diputación Provincial. Lo encabezaba el secretario de Estado de Política Territorial, Gaspar Zarrías, ex todopoderoso consejero de Presidencia. Peralta debía evitar que en su lugar se sentara Francisco Menacho, a quien hubiera correspondido el puesto en vez del titular, González Cabaña, que se ausentó con el pretexto de que debía acompañar al consejero de Turismo en San Roque.

Será por eso que el discurso de Federico fue atropellado y bochornoso. Zarrías hizo su papel con gran entereza, recitó su glosa de la Carta Magna e hizo mutis, sin darse por enterado de que a su alrededor el pizarrismo había decretado un férreo boicot, aunque no le pasara desapercibido. Otro vodevil, pues, al estilo de las comedias de enredo, pero sin chispa de arte. Bien es cierto que Zarrías, relegado en Madrid, con mono de escenario, tampoco eligió al azar el lugar donde celebrar la Constitución, porque por mucho que tenga una casa en Valdelagrana, éste ha sido siempre su particular 'territorio comanche' político.

De modo que en el acto había también signos para quien los quisiera leer: quiénes estaban, quiénes no. En la croquetada del patio se rumoreaba por las esquinas: las espadas están en alto en la transición política interna del socialismo andaluz, aunque se quiera hablar de tregua. Cotilleos, en fin, más o menos perversos. El signo de los tiempos. No estaría mal como entretenimiento si no fuera porque se trata de la gente a la que hemos encargado que mejore nuestra vida. Y les pagamos por ello.