La fórmula de un científico precoz
Ángel González Prieto es con 18 años uno de los investigadores más prometedores de España. Le apasionan la química, las máquinas y las motos
Actualizado: GuardarAcaba de estudiar en la probeta el comportamiento de algunos de los antioxidantes más beneficiosos en la alimentación y proyecta impulsar una empresa de diseño de máquinas. Le da igual un cohete que una fresadora. Lo mejor es que ni es químico, ni ingeniero, ni empresario. Va camino de triunfar en los tres campos, pero el chaval sólo tiene 18 años y le gusta ir de botellón. De vez en cuando, claro.
El hobby de Ángel González Prieto es 'cacharrear'. Se muere por resucitar la batidora o el vídeo de casa. Entonces corre la adrenalina por las venas de este joven de Somió (Asturias), considerado uno de los científicos españoles más prometedores de las próximas generaciones. Su tarjeta de presentación: la mención especial del XXII Certamen Nacional de Jóvenes Investigadores por ese trabajo de los antioxidantes. Además de reportarle 6.000 euros, el premio es un pasaporte para la final de supertalentos europeos que se celebrará el próximo año en Lisboa.
El nombrecito del proyecto es para avanzados en la materia: 'Estudio cinético de la oxidación catalítica por peróxido de hidrógeno de un tartrato'. Y a Ángel le llena toda la tarde, hasta el punto que la carrera -primero de Ingeniería Industrial- la lleva de medio lado. Las reacciones químicas le tienen embebido. «Sigo yendo a clase, pero sólo para tomar apuntes. No soy competitivo, pero cuando hago una cosa, la quiero hacer bien. Esta oportunidad no la pienso desaprovechar. Sacar buenas notas en la Universidad está en un segundo plano, pese a lo que quiere mi madre..., que da clases en la Facultad Politécnica de Oviedo».
Visión empresarial
Pero Ángel quiere vestir algo más que bata blanca en su vida profesional. Sus miras están puestas en el mundo empresarial. Pondrá la 'primera piedra' de su compañía de diseño industrial con 3.050 euros del premio. Tiene las ideas y cuentas muy claras. También, hasta dónde puede compartir sus inquietudes en la cuadrilla, con quien no perdona las chuflas de los viernes y sábados. «Ellos siempre están hablando de fútbol; no sé si es demasiado exagerado o que yo no tengo ningún interés en ello». Él prefiere ver películas como 'El diario de Noa' o 'Un paseo para recordar'. Por no hablar de su Piaggo Zip -máquina tenía que ser-, heredada de su hermano. Pero lo que más le gusta no es conducir esta preciosidad de moto, sino montarla y desmontarla «por gusto, no para trucarla». Hasta se ha comprado herramientas especializadas y un mono de trabajo para no mancharse.
La familia tiene mucho que ver en el camino elegido. Ángel lleva los genes de dos ingenieros de minas. Los de su padre, que es empresario; y los de su madre, catedrática de Máquinas y Motores. Le podría dar clases en tercero, pero nunca examinarle. Con estos antecedentes, hace doce años sólo le podían regalar un mecano. No lo soltó durante muchos meses. A los 13 años ya manejaba complicados programas de diseño en 3D. «No me considero un superdotado ni un cerebrito; soy totalmente normal», defiende. Y pone como ejemplo su nota media en el Bachiller: 8,2. «Pasaba bastante y sólo estudiaba el día antes». Vamos, que le parece floja.
Ángel no sueña demasiado con parecerse a ningún genio en concreto... Bueno, tal vez a su admirado Richard Feynman, uno de los mejores físicos del siglo XX. Descubrió «¡él solo!» el fallo del transbordador espacial 'Columbia' antes que el propio comité de expertos designado por la Nasa.