La escapada
Actualizado:Las carreteras van a soportar, al mismo tiempo que justifican su existencia, que no ha sido fácil, millones y millones de desplazamientos. Los españoles no sabemos estarnos quietos. Jamás hemos comprendido eso que decía Pascal de que todos los males del hombre provienen de no saber permanecer en su habitación. Si bien se mira, aunque se vea por el espejo retrovisor del coche, no deja de ser una tontería lo que recomendaba el filósofo al que su corta vida no le permitió rectificar. ¿Es mejor quedarse en casa que buscar lo desconocido, que por otra parte es lo que ya conocemos? Hay intemperies caseras. Ahora, con la insoslayable crisis, reforzada por la torpeza gubernamental, se está poniendo de moda en los llamados "puentes", cambiar nuestra casa por una casa rural.
Como no tenemos un euro suelto, soltamos nuestra imaginación y creemos que mejoramos de estado al cambiar de paisaje.
Quizá sea cierto eso de que no se viaja por viajar, sino por haber viajado, pero los desplazamientos cortos a los que obliga la crisis no se prestan a deslumbrar a nuestras amistades. No nos da tiempo para desconectarnos de la realidad y seguimos informados del "caso Haidar", del plazo para vacunarse contra el virus H1N1 y de ese otro plazo que se le concede a las embarazadas para dejar de serlo. Es lo malo que tienen los problemas: nos esperan siempre a la vuelta. Si los pudiéramos dejar en el sitio donde fuimos habría más aglomeraciones. Esa es la única maleta que nos veremos obligados a transportar nosotros mismos al regreso, pero la verdad es que para todos los viajes hacen falta alforjas, más o menos holgadas, para meter en ellas el inalterable equipaje que llevamos al partir. El tedio de lo constantemente nuevo no es menor que el que determina lo conocido. Así que hasta la vuelta.