Un hombre sensato
EX PRESIDENTE DEL SENADO Actualizado: GuardarCon Jordi Solé Tura siempre he tenido la misma impresión. La que me produjeron personas como Ramón Rubial, José Prat o Fernando Claudín. Detrás de un amigo, de una persona normal, de un contemporáneo, existía una biografía en la que la subversión, la revolución o la guerra habían ocupado una parte crucial de la misma. Jordi no había participado en el desgarro de la Guerra Civil. Pero su participación en la lucha clandestina de los comunistas le había puesto en contacto con mundo tan heroico como cruel. La película de su hijo Albert Solé muestra que la dureza familiar fue un microcosmos de la tragedia de miles de revolucionarios que, como Jordi, se entregaron a una causa equivocada.
Le conocí en Londres, con ocasión de la primera visita que parlamentarios españoles hacíamos al Parlamento británico. Despertó mi curiosidad que un legendario comunista fuese a la mejor librería londinense para comprar, entusiasmado, una biografía de Winston Churchill. También tuvo una reacción inesperada. Estábamos invitados a cenar con el 'speaker' en su residencia oficial y él y yo, por prurito ideológico, indicamos que no nos pondríamos esmoquin. Un día antes, los funcionarios del Parlamento preguntaron cuántos miembros de la delegación española no vestirían esmoquin, pues el mismo número de miembros de la delegación británica haría lo mismo. Solé Turá reaccionó de inmediato, explicó lo que eso significaba para nuestros colegas, y salimos raudos a alquilarnos un 'black tie'. Aquella noche, George Thomas, el 'speaker' de la Cámara de los Comunes, un laborista histórico, nos dijo que iba a rezar especialmente por nosotros.
Jordi interpretó perfectamente lo que había sido ese gesto. Muchos años después, leyendo a Isaiah Berlin, he sabido que Solé Tura era un intelectual 'modelo zorro': alejado del saber como dogma, abierto a nuevas hipótesis, convencido de la bondad del pluralismo. Tal vez por eso buscó en Londres un libro sobre Churchill. Luego he gozado de su presencia y de su amistad. Siempre he tenido la misma impresión. Que su adhesión a la Constitución de 1978, a la España que sirvió como ministro, como diputado y como senador, no era retórica. Al contrario, con una experiencia vital como la suya, su aprecio por nuestro sistema democrático tenía la sinceridad de los hombres sensatos.