Estudiantes universitarios trasladan el cuerpo de una de las víctimas destrozada por la explosión. :: AFP
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La violencia gobierna Somalia

Tres ministros del débil Ejecutivo perecen a causa de un ataque islamista en una graduación universitaria

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Las imágenes de televisión muestran el rostro de Qamar Aden Alí, ministra de Salud, instantes antes de que una bomba acabara con su vida. Ella y sus colegas Ibrahim Hassan Adow y Ahmed Abdulahi Waayel, responsables de la cartera de Educación Superior y Enseñanza, fueron tres de las diecinueve víctimas mortales provocadas por el atentado suicida perpetrado ayer en el hotel Shamo de Mogadiscio. La bomba explotó durante la ceremonia de graduación de médicos e ingenieros de la Universidad Benadir y causó una matanza entre las autoridades presentes, licenciados y periodistas que cubrían la ceremonia.

El portador del explosivo vestía ropas femeninas, incluido el velo, y cuando activó el artefacto cientos de personas abarrotaban el salón donde se iba a celebrar el acto, en el que participaban cinco titulares del Gobierno Federal de Transición (GFT).

La mayoría de los 19 muertos, cifra todavía provisional, son estudiantes y familiares, aunque fuentes del Ministerio de Información, incluyen a Mohamed Adan Shahid, decano de la Facultad de Medicina, y a dos reporteros, uno de ellos colaborador de la agencia española Efe.

Aunque el portavoz oficial de Al- Shabab no ha asumido la autoría del atentado, Abdi Qalow, alto mando de esa milicia islámica radical, aseguró que fue obra suya y que el objetivo era matar a los ministros, porque «sirven a los intereses de los invasores cristianos». El hotel atacado se encuentra en plena zona gubernamental de la capital somalí, dividida en áreas bajo control del Gabinete interino mientras que otras están ocupadas por las fuerzas guerrilleras.

La magnitud del atentado demuestra la extrema vulnerabilidad del GFT incluso en su reducto territorial. A pesar del apoyo militar de la Misión de la Unión Africana en Somalia (Amisom), la UE y EE UU, su situación es realmente crítica. La alianza militar de Al-Shabab y Hizbul-Islam, las dos principales facciones extremistas, ha conseguido arrinconar a las tropas regulares en el feudo de Mogadiscio.

La actividad de los piratas somalíes en el océano Índico ha distraído la atención internacional de la guerra civil endémica que sufre este país africano. Hace tres años, la invasión por las tropas etíopes, apoyada por Washington, impidió, en última instancia, que la Unión de Cortes Islámicas impusiera su régimen en prácticamente todo el territorio a excepción de las repúblicas oficiosas de Somalilandia y Puntlandia, situadas al noroeste y norte del territorio.

Ofensiva generalizada

Curiosamente, Sheik Sharif Sheik Ahmed, ex líder de las derrotadas milicias, fue nombrado presidente de Somalia el pasado enero. El fracaso de los grupos guerrilleros impulsó la creación de Al-Shabab, una formación que, al parecer, mantiene lazos con Al-Qaida, e Hizbul-Islam, entidad aún más poderosa. Ambos gozan del beneficio de un comercio incontrolado de armas a través de los aeropuertos y puertos de su zona de influencia y decidieron unir esfuerzos contra su antiguo comandante en jefe.

La coalición y la retirada del Ejército abisinio permitieron una ofensiva generalizada que provocó nuevas crisis humanitarias derivadas de desplazamientos masivos de la población civil, fundamentalmente en la capital. Los combates prosiguieron, a pesar de la instauración legal de la sharia, una medida que fue interpretada como un gesto de conciliación con los enemigos del débil régimen de Mogadiscio. El escenario bélico resulta aún más complejo por la inclusión de diversas guerrillas regionales asociadas a clanes locales que convierten a Somalia, sin un poder central efectivo desde 1991, en un atormentado reino de taifas.

El atentado del hotel Shamo ha roto una situación de parón provocada por los conflictos internos entre los aliados fundamentalistas. Los primeros choques armados se produjeron el pasado octubre por diferencias en torno a la pactada alternancia en el poder sobre la ciudad meridional de Kismayo y, desde entones, se han repetido en otros puntos del sur del país.