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Cuida de Cádiz

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Take care of Cádiz», con estas palabras, ya desde un taxi rumbo al aeropuerto, se despedía Eva Gabrielsson, la que fuera compañera sentimental del escritor sueco Steig Larsson. Había pronunciado una conferencia en la Asociación de la Prensa la tarde anterior y aquel día me ofrecieron hacer de anfitrión de tan distinguida visitante, arquitecta como yo.

Curiosamente Eva, pese a su notable erudición, no recordaba haber leído ni oído jamás cosas relevantes acerca de Cádiz. Nada conocía de este lugar que ya visitara Jonás cuando cruzó el Mediterráneo en el vientre de una ballena, ni mucho menos que se pudiera tratar de la ciudad más antigua del occidente europeo. La imaginaba una población más de entre las que ocupan los flecos pobres del sur de Europa, cuyo único interés podría residir en sus soleadas playas, y en el bajo coste del vino.

Resultó gratificante presenciar el jubiloso asombro de Eva ante la insospechada ciudad renacentista, en la bocana de una luminosa y salada Bahía, cuya materia prima es la arquitectura ordenada mediante reglas de composición muy precisas, pautadas mediante una retícula de calles tensadas que siempre dan a la mar. No hay mayor fascinación que aquella que por inesperada sorprende. Recordé las palabras que Homero atribuye a Aquiles en La Iliada: «Los Dioses nos envidian porque somos mortales y gozamos con intensidad cada experiencia pues suele ser irrepetible».

Paseando el camino que surca la escollera desde la puerta de La Caleta al Castillo de San Sebastián, en la evocadora embocadura de los muelles de la antigüedad, una vez que, cual diligente cicerone, relaté nuestra historia mitológica, Eva que trabaja en proyectos de rehabilitación de Estocolmo, reflexionó sobre problemas comunes a dos ciudades históricas y acuáticas. Coincidimos en las ventajas de los morteros de cal y las pinturas al silicato, así como en otras tantas fórmulas para conjurar la agresividad de la humedad salina, tributo que el mar se cobra por dejarnos vivir en su compañía. Contemplando la Escuela de Náutica de Zanón y Laorga (1970) glosamos la contundencia de ciudad tan homogénea que es capaz de integrar con naturalidad el Moderno.

A Eva se la llevó ese rayo verde que ven los viejos pescadores más allá de La Caleta. Recordando el brillo azulado de su alegre perplejidad, he meditado acerca de la lección de humildad recibida. Pero quizás ahora ella contará a remotos vikings historias fascinantes de una reluciente ciudad mágica en el finisterre sur de Europa.