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Adiós a Mauresmo, la mejor raqueta francesa del tenis moderno

La tenista, de 30 años, se retira cuando todavía se mantiene entre las 25 primeras de la WTA

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Amélie Mauresmo , la mejor tenista francesa de los últimos años, abandonó hoy su carrera profesional, marcada por una fragilidad psicológica que le impidió brillar en los grandes torneos y atesorar el palmarés que le hubiera correspondido a tenor de su gran calidad.

La ex número uno del mundo, ganadora del Abierto de Australia y de Wimbledon en 2006, plata en Atenas 2006, se marchó entre lágrimas en una multitudinaria rueda de prensa en la que hizo público su "cansancio" del duro circuito que le ha llevado a tomar "una decisión muy reflexionada"

Pese a su corta edad, cumplió los 30 el pasado 5 de julio, la retirada de Mauresmo no ha sido una sorpresa, porque en los últimos años su rendimiento había bajado muchos enteros, pese a que se mantenía en el puesto 21 del mundo.

Poco después de su derrota en el Abierto de Estados Unidos ante la canadiense Aleksandra Wozniak, el que será su último partido profesional, Mauresmo anunció a principios de octubre que, por falta de motivación, finalizaba su temporada. Y poco después su carrera.

La esperanza de Francia

Desde que destacara en la final del Abierto de Australia de 1999, una adolescente Mauresmo (Saint-Germain-en-Laye, 1979) se convirtió en la esperanza del tenis femenino galo, ávido de grandes estrellas desde el reinado de Suzanne Lenglen en la década de 1920.

Sin embargo, su incapacidad para soportar la presión de los partidos importantes le impidió alzarse con su primer Grand Slam hasta 2006 y tras 32 tentativas. Lo logró al fin en el Abierto de Australia y parecía que ese paso iba a acabar con su maleficio en los grandes. Confirmó meses después al imponerse en Wimbledon, pero ahí detuvo el contador de sus Grand Slam.

Entonces contaba con 26 años, edad demasiado avanzada para una campeona de tenis, y había acumulado ya una larga serie de decepciones en los cuatro grandes torneos. Pero las principales fueron las que cosechó en su casa, en un estadio de Roland Garros que se cansó de esperarla como la gran referencia del tenis francés y que, sin quererlo, puso sobre sus hombros una presión demasiado grande para Mauresmo .

A la tierra batida de París saltó en 14 participaciones sin lograr en ninguna de ellas superar los cuartos de final, con derrotas a menudo ante rivales muy inferiores.

En los demás torneos, con menos presión mediática, la francesa siempre saco su mejor juego, capaz de ganar a las más grandes tenistas de la época como las belgas Justin Henin y Kim Clijsters, a la rusa María Sharapova o, en menos ocasiones, a las hermanas Williams. Así, en septiembre de 2004 se convirtió en la primera tenista francesa en ocupar la primera plaza de la clasificación mundial, a pesar de no detentar todavía ningún título importante en su palmarés.

Fuerte personalidad y estilo

Pero su estilo elegante y elaborado en la pista, con una extensa paleta de golpes, y su carácter afable y carismático fuera de la cancha le valieron el aprecio y el cariño de un público que le perdonó siempre su inseguridad en los momentos cruciales.

Siempre hizo gala de un juego bonito en un circuito invadido por tenistas estandarizadas, apóstoles del raquetazo puro y simple.

Un juego contra el que el preciosismo de Mauresmo no siempre fue eficaz, sobre todo en los grandes torneos, donde penaba a alcanzar las rondas finales.

En las pistas tuvo la capacidad de ofrecer diferentes tácticas, adaptando su juego al terreno o al adversario, mostrando paciencia y construcción en la tierra batida y constantes subidas a la red en Wimbledon.

Sobre la hierba del torneo inglés, Mauresmo derrochó siempre una gran eficacia, que culminó en julio de 2006 cuando batió a Justine Henin en la final y logró su segundo Gran Slam, sólo siete meses después de haberlo hecho en Melbourne.

La técnica de la francesa, que destaca en el uso de la volea, no muy común en el tenis femenino actual, supo aprovechar la rapidez del césped o de la pista dura, para desplegar su juego más ofensivo. Así, la actual número 21 mundial puede presumir de poseer el mejor palmarés del tenis galo contemporáneo con 25 títulos en el circuito WTA, conseguidos desde que comenzara su carrera en 1993 hasta el último, el Abierto de París de 2009.

Además, la medalla de plata de individuales femeninos de los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 cuelga también de su cuello.