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Más de mil cooperantes españoles se juegan la vida cada día en el mundo pobre. ( E. Morenatti.)
Sociedad

El precio de la solidaridad

Los cooperantes se han convertido en piezas codiciadas en países en conflicto. No hay fórmulas que garanticen su seguridad aunque conviene seguir los consejos de los nativos

BORJA OLAIZOLA
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Setecientas personas que trabajaban en misiones humanitarias han muerto en los diez últimos años en las zonas más 'calientes' del planeta. En lo que va de año han sido asesinados 170 cooperantes y al menos otros 260 fueron víctimas de incidentes violentos, sobre todo secuestros, en 2008. Las cifras que maneja la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios no son muy alentadoras. Los trabajadores de organizaciones humanitarias, especialmente los extranjeros, se han convertido en una pieza codiciada para los grupos armados que campan a sus anchas en muchos países en conflicto. Además de ser una fuente de ingresos nada desdeñable, los cooperantes les proporcionan una publicidad que refuerza sus aspiraciones de hegemonía en los territorios bajo su control.

Todas las organizaciones humanitarias tienen dibujado un círculo rojo en torno a Sudán, Afganistán y Somalia. La mayor parte de ellas hace tiempo que decidieron abandonar sus proyectos en esos países, sumergidos en una maraña de conflictos armados imposible de desenredar. Los asesinatos y secuestros de cooperantes generaron una desbandada más que comprensible. Hoy en día, por ejemplo, ninguna ONG tiene una presencia estable en Somalia. «Somos de los pocos que seguimos operando allí aunque lo hacemos casi con tácticas de guerrilla», cuenta Carlos Ugarte, responsable de Relaciones Externas de Médicos sin Fronteras (MSF). Ugarte, que está en la organización humanitaria desde hace 14 años, tiene un currículo más propio de un reportero de guerra que de un cooperante. Es capaz de hablar durante horas de sus experiencias en Kosovo, Irán o Irak aunque fue en Somalia donde tuvo que desempeñar su tarea más difícil. «Estuve tres años como jefe de misión de Médicos sin Fronteras, que es un puesto de enorme responsabilidad porque tienes que ocuparte de la seguridad de casi dos centenares de personas en un entorno endemoniado. Somalia es un país fallido, que está fragmentado en cien trozos y en cada uno de ellos rigen reglas distintas, así que tienes que mirar con mil ojos cada paso que das porque la sorpresa puede saltar donde menos te lo esperas».

La muerte de tres cooperantes holandeses en enero de 2008 hizo que MSF se replantease su trabajo en el país africano. «La situación se puso tan crítica que incluso tuvimos que evacuar al personal local en Mogadiscio. Ahora hemos trasladado nuestra base a Nairobi y hacemos incursiones puntuales en territorio somalí con el apoyo de nuestras redes locales. Se podría decir que recurrimos a la táctica de guerrilla para la ayuda humanitaria». Ugarte prefiere no hacer comentarios sobre el secuestro de los tres cooperantes catalanes. Si algo le ha enseñado su larga trayectoria en países en conflicto es que no hay recetas universales que garanticen la seguridad de los cooperantes. «Cada país es un mundo y la única recomendación que se puede aplicar en todos los sitios es que hay que hacer caso a lo que te diga el personal que trabaja allí».

Machetazo en Bolivia

Seguir al pie de la letra las instrucciones de las organizaciones locales es también una regla de oro para Patricia Ponce, directora de una oenegé de apoyo a la infancia. Ponce está acostumbrada a mimetizarse en los paisajes africanos. Ha trabajado muchos años a pie de obra en el continente negro y su organización tiene ahora proyectos en Camerún, Nigeria y Mozambique. «Son zonas relativamente seguras teniendo en cuenta que el concepto de seguridad es muy distinto fuera de las fronteras de los países occidentales. Ahora bien, si no guardas unas precauciones elementales te puedes ver envuelta en una situación crítica de la noche a la mañana». Ponce no se cansa de decir que la cautela básica pasa por la discreción. «Lo último que puedes hacer es aparecer vestido de Coronel Tapioca», insiste. Conviene además poner los pies en polvorosa en cuanto asoman los cañones de las armas. «Nosotros -añade- sólo trabajamos en aquellos lugares donde no hay conflictos armados. Tuvimos proyectos en Somalia pero los dejamos en cuanto vimos que las cosas empezaban a ponerse feas. No se pueden enviar cooperantes a zonas en guerra, hay que dejárselas a aquellas oenegés que tienen experiencia y recursos para manejarse en ellas».

Pero incluso aunque se sigan al pie de la letra todas las recomendaciones el susto es muchas veces inevitable. «Desde nuestra fundación Haurralde (palabra que en euskera significa a favor de los niños) enviamos cada año a unos 40 cooperantes a otros países y siempre surge algún incidente. Hace poco atacaron con un machete a un muchacho que trabajaba para nosotros en Bolivia y a una chica le dieron un culatazo en la cabeza en la República Dominicana. En los dos casos era para robarles porque a los ojos de los habitantes de esos países cualquier occidental es un hombre rico».

En el mapa de la cooperación el riesgo es el más común de los accidentes geográficos. «Siempre hay cierto riesgo entre otras cosas porque la vida no tiene el mismo valor en la selva peruana que en la Gran Vía de Madrid», reflexiona Ponce. Médicos sin Fronteras, probablemente la organización humanitaria con más experiencia en países en conflicto, imparte a los aspirantes a cooperantes cursillos de preparación para desenvolverse en entornos hostiles. «Una persona que quiera trabajar en misiones humanitarias tiene que pasar al menos quince días de preparación para familiarizarse con el país de destino. Se calcula que hay 1.600 cooperantes españoles en el extranjero aunque esa cifra sólo abarca a los que notifican su presencia en las embajadas del país de destino. «Podrían ser dos o tres veces más», reconocen desde la Agencia Española de Cooperación para el Desarrollo.