Sociedad

Kitsch

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

No, a Paul Naschy no le gustaba nada que la crítica dijera que su cine era kitsch. Pero el caso es que su cine lo era. Y mucho. Si no, ¿cómo llamar a un cine fantástico, de licántropos y vampiros, en el que Perla Cristal o Mirta Miller hacían de víctimas eróticas en picardías y con destape al uso? Y, ¿cómo definir a un cine de aventuras con Nadiuska en taparrabos, dando la réplica patria a un Tarzán de los Monos? Sí, claro que sí. El cine de Paul Naschy era kitsch y casero, heroico pero sin profundidad técnica o discursiva, entretenido pero simple y hasta encomiable pero malo.

Además, el personaje tenía todos los ingredientes del esperpento surrealista y carpetovetónico. Más no sólo por la asunción fantástica de extranjerismos y nombres que sonaban a serie B americana, sino también por su origen castizo, por su sorprendente virtud para ser al mismo tiempo director, actor y guionista o, incluso, por su prolífica capacidad para hacer películas, incluyendo una obra sobre ETA y hasta un documental sobre el Prado.

Tenía sentido, sin embargo, que su cine y su personalidad se mitificaran, como derivada de una moda por el género y los subgéneros de terror, cuya valoración es acrítica y puramente nostálgica. Lo mismo que el cine de Ed Wood, cuya elevación al mito por Johnny Depp nunca respondió a criterios de calidad cinematográfica. Evidentemente, Paul Naschy no descubrió nada, ni tampoco anticipó el sesgo romántico de Drácula, algo que hizo a la perfección Coppola. Pero insisto, su cine era malo aunque heroico, divertido de puro casero, sin pretensiones y, por supuesto, sociológicamente kitsch, muy kitsch.