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CUATRO DÍAS EN TINDUF

Día 1: Llegada a la oscuridad de El Aaiún

Un grupo de diferentes instituciones y organizaciones españolas viajó el pasado 24 de noviembre a los campamentos de refugiados saharauis como ayuda y apoyo a este colectivo

REBECA ALONSO
VALLADOLIDActualizado:

“No veo solución porque Marruecos no va a ceder”, se lamentó Inés Miranda, presidenta de la Asociación Zamorana con los Niños del Sáhara. Inés viajaba fundamentalmente para visitar a Baba, el niño que ha acogido en su casa tres veranos, y a su familia. Su implicación no se limita a estos meses, ya que mantiene un contacto telefónico constante con la familia saharaui y viaja todo lo que le permite su trabajo para involucrarse de forma directa en el problema. “Los vínculos que creas con ellos son tan fuertes...” explicó con la mirada perdida de camino al avión.

Carlos Carbonel también se mostraba preocupado en el vuelo, en este caso por los ordenadores que transportaba como equipaje. Su empresa, Quintiles, dona cada tres años el material informático usado a los que más lo necesitan, y esta vez decidieron destinarlo al pueblo saharaui. “Tuve que enviar las carcasas de los ordenadores por un lado y traer los discos duros conmigo por otro, porque me dijeron que si los enviaba tal cual corrían el peligro de ser robados; ahora estoy preocupado porque si golpean los discos duros al subirlos o bajarlos del avión pueden dañarlos”, aclaró Carlos.

Emilia Jiménez, presidenta de la Asociación Soriana de Amigos del Pueblo Saharaui, y Jesús Bárez, concejal de Cultura del Ayuntamiento de Soria, viajaban acompañados de Azaima. “Ha estado cuatro meses viviendo con una familia sin hijos en Soria, feliz, escolarizada... pero de repente ha cambiado de opinión y quiere volver a su casa, es la segunda vez que ocurre”, contó con tristeza Emilia. Azaima, que carecía de pasaporte, se encontró con varias dificultades en los duros controles argelinos para regresar a su tierra. En mi caso, siguiendo las recomendaciones de Abdulah Arabi, delegado del pueblo saharaui en Castilla y León, evité especificar mi condición de periodista en los numerosos impresos que tuve que rellenar durante el camino a Argel. Sin embargo, en Tinduf todo era muy distinto. ¿Prensa, radio o tele? me preguntaron, por primera vez con una sonrisa, en el control de pasaportes. Y es que allí saben el valor que tiene el que se cuente su historia.

Sabía que el mal olor de las calles de Argel y que los chillidos de las ratas en los baños del aeropuerto de Tinduf eran sólo el preludio de lo que me esperaría en los campamentos de refugiados, donde la luz y el agua corriente son lujos que a penas abundan. Sin embargo, más tarde descubriría que los saharauis ponen todo su empeño en hacer de los mínimo un confortable hogar.

A las cuatro de la mañana, subida a un inestable todoterreno que recorría el inhóspito suelo, nos dirigimos a El Aaiún de los saharauis exiliados. “Aquí se acaba la luz”, me advirtió Inés tras pasar el control Argelino de la desigual carretera y entrar en un incómodo camino de piedras y tierra, mientras veía a una rata cruzar de un lado a otro ante nosotros. Cuando el conductor se paró para guiarse por las estrellas, que parecían más grandes y cercanas que nunca en medio de una absoluta oscuridad, me di cuenta de que allí las cosas tenían otro ritmo, otra importancia. Después de varios minutos desorientados y de realizar señales con los focos del coche, finalmente la familia del pequeño Baba nos contestó encendiendo y apagando las luces de una lejana linterna. Habíamos llegado a la que sería nuestra casa durante los próximos días.