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Opinion

Woody Allen no miente

JESÚS SOTO DE PAULA
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De todas las artes universales, pueden ser el cine y el teatro aquellas en las que menos creo, y es que su esencia reside en la mentira. Desde que se alza el telón o se inicia la película, todo es mentira: el actor, la luz, la música, los contrastes. y claro está, el diálogo. Lo curioso y cuando menos fascinante, es cómo una mentira ha llegado a convertirse en el grandioso séptimo arte, por encima de otros más reales y creíbles.

No en vano, es innegable que el gran mérito de la interpretación es hacer creíble cualquier farsa; inclusive y más allá, el gran éxito es hacer olvidarnos de la interpretación y sumergirnos en la historia y sus circunstancias. Quizás, por ello, me gusta Woody Allen, porque es de esos pocos autores de los que, sin creerme nada, me entretiene.

Deja claro Allen que todo lo que allí ocurre es mentira; deja insinuar el plató, evidencia su mala condición de actor y gusta rodearse de bellas estrellas de Hollywood, como Scarlett Johansson, para reflejarnos su magnífica estupidez. Por ello, es genial, porque asume con innata naturalidad su condición de perdedor. No teme recrear sus obsesiones y sus complejos, y lo hace todo con una insolente brillantez.

Y es que este neoyorquino tan poco agraciado, anticorrosivo, amante del jazz y del sexo sucio -como nos dijo en una de sus célebres declaraciones-, está tocado por el don de la gracia y del arte, pues conoce como pocos el juego al que juega: decir la verdad desde la mentira, pero sin mentirnos, mostrándonos todo el truco y sus entresijos.

La creatividad se tiene o no se tiene, pero la evidente grandeza de películas como 'Manhattan', 'Annie Hall' o 'Delitos y Faltas', entre otras muchas, son una clara muestra del talento cuando nace de la verdad y, a través de ella, desenmascarar las mentiras con insinuación y astucia.

Lo de Allen sí tiene mérito, pues nos dice la vida desde la óptica de un ser amargado que, como no sabía mentir, eligió el camino de su evidencia, y quién iba a decirle que la verdadera magia reside en asumir lo imposible.

Alejado del glamour y la superficialidad de las grandes estrellas del celuloide, Woody Allen vive para mostrarnos sus miedos y alegrías y, de paso, ser feliz pudiendo de vez en cuando tocar el clarinete en alguna sala y con su banda algunas joyas del jazz más genuino.

Sencillamente, se es genio porque sí, y porque en todo romántico vive un ser muy osado.