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Sociedad

Cargo de conciencia

Quienes apoyan la Ley del Aborto cometen pecado mortal y quienes interrumpen un embarazo están excomulgados. Las advertencias de los obispos abren el debate en el Congreso y en la Iglesia

CARLOS BENITO
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La mayoría de los pecados suelen ser actos secretos, privados, furtivos, que se cometen con el mínimo posible de publicidad. Es poco habitual que ocurra lo de la semana pasada, cuando 183 personas pecaron a la vez, a la vista de todos y con un panel luminoso que los computaba y dejaba constancia de su acto. ¡Incluso lo retransmitieron todas las televisiones! Dicho así, casi puede sonar a orgía -por alguna razón, todos pensamos en lo mismo cuando oímos hablar de pecado-, pero en realidad su transgresión fue mucho más sencilla y menos estimulante: se limitaron a apretar un botón.

Según la interpretación de la Conferencia Episcopal, todos los políticos que den su voto a favor de la Ley del Aborto deberán confesarse y retractarse públicamente si pretenden volver a comulgar, así que el pleno del Congreso del jueves, en el que se echaron abajo las enmiendas al proyecto de reforma, puede verse como un triunfo del pecado sobre la virtud. Este planteamiento sitúa entre la espada y la pared a los diputados que, siendo católicos, apoyan la nueva regulación, un número nada desdeñable de personas que han asistido con cierta estupefacción a las tajantes advertencias de los obispos. «No puedo olvidar los muchos crímenes de Pinochet a la vez que recuerdo a este asesino tomando la comunión», ha resumido José Bono, la cara más visible de los socialistas cristianos.

«Pinochet está bien traído, pero el compañero Pepe Bono podría haber citado igualmente a Franco bajo palio», comenta el diputado andaluz José Antonio Pérez Tapias, que también tiene a gala su «doble pertenencia» al PSOE y la Iglesia católica. «Los que estamos en esta situación hemos intentado, durante todo este proceso, tender puentes de comunicación, pero por parte de la Iglesia oficial hemos encontrado muy poca voluntad de escucha. Nos hemos topado con un espíritu de intolerancia y falta de diálogo, con una institución que lleva el reloj muy atrasado», lamenta. A su juicio, la apelación pública a su conciencia ha estado de más: «Nosotros tratamos de hacer la mejor ley posible con el máximo respeto a la vida como valor. Se han escuchado manifestaciones excesivas y anacrónicas, con una clara voluntad de injerencia».

Ciertamente, las últimas semanas han devuelto a la primera línea informativa palabras tan poco empleadas en el mundo moderno como excomunión o incluso herejía, aunque el secretario general de la Conferencia Episcopal, monseñor Juan Antonio Martínez Camino, moderó el lenguaje el viernes al hablar sin más de la «situación objetiva de pecado» de los políticos. La excomunión propiamente dicha -la pena eclesiástica más severa, que supone quedar apartado de la comunidad- se reserva para quienes participan en un aborto, que incurren en ella 'latae sententiae', es decir, de manera inmediata y automática, sin necesidad de que nadie les condene de forma expresa.

La combinación de política social, sanidad y religión constituye «una bomba de relojería», en palabras del parlamentario Joseba Agirretxea, que insiste en «no frivolizar el asunto y hacer una reflexión profunda». El PNV, pese a su raíz cristiana, se ha sumado a los socialistas en el impulso a la ley, y el diputado por Guipúzcoa no ve en ello ninguna contradicción: «Nuestro partido considera el aborto un fracaso, no está a favor, pero debe actuar responsablemente ante una situación en la que se están dando interrupciones de embarazo fuera de la ley». No es el único en deslindar con más cuidado lo que se está presentando como una frontera diáfana entre lo blanco y lo negro, lo bueno y lo malo: dentro de la Iglesia, abundan las voces que demandan a los obispos una mayor sensibilidad ante la experiencia traumática del aborto.

«Este tema no se puede abordar simplemente con principios morales. Hay que establecer también medidas políticas prudentes. Muchas veces, en política hay que buscar el mal menor», reflexiona el teólogo Rafael Aguirre, catedrático emérito de la Universidad de Deusto. En su opinión, el portavoz de la Conferencia Episcopal no ha acertado con «el tono» ni ha sabido «ponerse en el lugar de la mujer que se encuentra en una situación crítica», aunque cree asimismo que se ha partido de un enfoque tendencioso: «El hecho de que esta cuestión esté en manos del Ministerio de Igualdad es un tremendo error, da una carga ideológica contraproducente. Para muchos, considerar el aborto un derecho es totalmente inaceptable, el Estado no debería entrar en ello». Dicho esto, y sin que haya ninguna duda sobre la doctrina de la Iglesia, al profesor le llama la atención lo mismo que a José Bono: «Hemos visto a dictadores, caciques y oligarcas catoliquísimos que han hecho alarde de su devoción. Para hablar con autoridad moral en este caso, a lo mejor habría que ser más coherente con esos personajes». Y, sin abandonar la Iglesia, se encuentran posturas todavía más radicales: «Van vestidos de otro tiempo y su cabeza funciona igual. No sé si se puede distanciar más a la sociedad... ¡Con los valores tan buenos que hay en el Evangelio! Y siempre andan a vueltas con el sexo y las mujeres: ¿por qué no se fijan en las guerras, en los desfalcos...?», cuestiona Sefa Amell, del colectivo catalán Dones en l'Església.

Los afectados, todos esos diputados católicos y oficialmente pecadores, creen que en las parroquias abunda esa comprensión que echan en falta en las jerarquías, así que no esperan tener problemas en sus comunidades. Pero ni Pérez Tapias ni Agirretxea quieren decir públicamente si han comulgado este fin de semana: «No hace falta ponerlo en un reportaje», se evade el primero. «Seguiré siendo igual de buen o mal católico», regatea el segundo. Hay cosas que están mucho mejor en el ámbito de la intimidad.