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El quicio de las cosas

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Le estamos poniendo a España tantas puertas de salida, para facilitarse que salga de ella misma, que no puede sorprender a nadie que estén chirriando los goznes y que estemos sacando todo fuera de quicio. El legítimo, si bien algo azaroso triunfo del Barcelona sobre el Madrid es sólo eso: un triunfo de un equipo sobre otro y da la casualidad de que los dos juegan en la Liga Española, aunque ni Ibrahimovic ni Cristiano Ronaldo hayan tenido la involuntaria ocurrencia de nacer entre nosotros. La desmesura del deporte, que es un juego, está haciendo propiciar el juego sucio, o sea, el político.

No recuerdo el nombre de aquel caballero inglés que rehusó amablemente la invitación que le hicieron algunos amigos para asistir a una de esas carreras de caballos que jamás se pierde mi admirado amigo Fernando Sabater.

-No ignoro que hay caballos que corren más que otros- dijo.

Tampoco debemos ignorar que hay equipos que juegan mejor que otros. Ni mucho menos que el Barça, de un tiempo a esta parte, lo está haciendo mejor que los demás, pero de ahí a mezclar eso con el Estatut, no deja de ser un pedestre aprovechamiento con otras cuestiones de muy diverso rango. «Jugar muy bien al ajedrez, sólo demuestra una cosa: que se sabe jugar muy bien al ajedrez», dijo Unamuno. Pues bien, la práctica del más ingenioso de los deportes de manera más lúcida y efectiva, sólo demuestra que, circunstancialmente, se está logrando mejor que sus rivales.

Intentar trascenderla a otros terrenos es excesivo, aunque no tengan hierba.

La crisis más peligrosa que nos afecta es la de la sensatez. Un gol repercute más que un decreto. Nadie habla de Ceuta y Melilla, sino del Barcelona-Real Madrid. Hasta la segunda vuela.