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MUNDO

LIBRE Y FELIZ COMO SUIZA

JOSÉ MARÍA DE AREILZA CARVAJAL
CÁTEDRA JEAN MONNET-IEActualizado:

Los preparativos para la entrada en vigor del nuevo Tratado de Lisboa están demostrando que la miope lucha de poder entre los veintisiete estados no ha terminado con el nombramiento de dos pesos ligeros como presidente permanente del Consejo Europeo y Alto Representante de política exterior. La distribución de carteras entre los nuevos comisarios ha sido el siguiente episodio de competencia descarnada por cuotas de influencia en el Ejecutivo europeo, que en teoría tiene que actuar con independencia de instrucciones de gobiernos nacionales: Francia ha conseguido la ansiada responsabilidad sobre el mercado interior y Alemania controlará la política de energía. El contraste entre la retórica con la que se habla del pacto de Lisboa y la realidad de la política europea es muy marcado. Lisboa se presenta como un gran paso adelante para que la UE sea un actor global capaz de defender sus intereses y proyectar sus valores en un mundo que camina hacia un esquema multipolar. El problema es que no hay una idea compartida sobre lo que queremos ser los europeos en este nuevo mundo. Al final se impone el mínimo común denominador y nos resignamos a encarnar esa imagen de Europa que W.Churchill invocaba en su discurso de postguerra en Zúrich, cuando proponía al continente que fuéramos «libres y felices como Suiza». Entonces este modelo podía tener sentido, por el contexto de guerra fría y la urgencia de reconstruir democracias y economías. Hoy, cuando los grandes asuntos de los que depende nuestro futuro se deciden fuera de las fronteras de la UE no basta con imitar a los suizos como si fuéramos una isla autosuficiente. El Tratado de Lisboa en sí mismo no sacará a la Unión de su tendencia a la introspección. Necesitamos un proyecto compartido por gobiernos y ciudadanos.