El negocio del cartón ilegal
El desmantelamiento del mayor bingo clandestino de Andalucía en Conil sacó a la luz una práctica que se confunde con una costumbre inocente. Mueve 200.000 euros al mes en Cádiz
Actualizado: GuardarLa mortecina calma nocturna del casco antiguo gaditano hace aún más visible el grupo bajo la luz anaranjada de la farola retro. Cinco mujeres, todas con más de 50 años, fuman en la puerta de un local sin identificar. Lo separa de la calle una débil puerta de formica, entornada, pintada de blanco, que no necesitaría ningún empujón ni a Elliot Ness para derribarla. Nunca está cerrada del todo. Tiene mucho paso. Las señoras no quieren fumar dentro. Respetan la Ley antitabaco en un establecimiento que coquetea sin pudor con las normas que regulan el juego ilegal. Están a las puertas del bingo clandestino al que acuden a diario. Sólo hay que subir un escalón para descubrirlo, es una habitación cuadrada, de intensa luz volcada por fluorescentes viejos. Una virgen y un escudo del Cádiz sostienen las paredes. Sillas de plástico -de chiringuito-, mesas de mercadillo y mujeres, muchas mujeres, hasta 41. Algunas, en un cuartito que hace de cocina. El bingo puede ser ilegal, pero tiene normas propias. Nada de humo, los cartones valen 20 céntimos -aunque cada cual los traiga de casa, plastificados-. La cervecita, el refresco o la pulguita con embutido valen un euro.
Carmen F. G. se declara jugadora habitual. Da el perfil absolutamente mayoritario. Mujer, con más de 60 y menos de 70, ama de casa, viuda o pensionista con hijos ya mayores. Sus ingresos familiares son escasos, pero el juego es un tipo de ocio que conoció en su infancia, que siempre le ha acompañado y que no percibe como un vicio nocivo y menos como un delito. Hasta la Policía Autonómica, responsable en materia de juego, admite que el bingo ilegal sólo se manifiesta como un problema en Cádiz porque es una costumbre, es casi cultural en esta provincia. «Sólo hay que ir a la playa para verlo, pero hay que distinguir la costumbre inocente del negocio», detalla un experto policial. El afán de hacer negocio es lo que marca la línea que separa el entretenimiento inocuo y el delito. «Perseguimos sólo el ánimo de lucro, el enriquecimiento ilegal. Si hay 40 señoras jugando, pero no hay ganancias, no vamos a llegar a montar el show».
Las partidas que preocupan son las organizadas para restar una cantidad a los jugadores en cada mano. La provincia es la que más salas de este tipo tiene en toda la Comunidad autónoma. En lo que va de año, la Policía ha clausurado cinco bingos clandestinos: dos en Barbate, uno en Algeciras, uno en La Línea y, el más reciente y llamativo, en Conil. Ninguna otra provincia andaluza llega, siquiera, a la mitad.
En esas últimas cinco intervenciones se requisaron, en total, 3.200 euros. Eso es lo que habían recaudado todas esas salas juntas en una sola jornada. Si se toma la recaudación, confirmada por la Policía, como base y se estima un número, prudente y bajo, de diez locales de ese tipo abiertos actualmente en la provincia, resulta que el negocio mueve unos 200.000 euros cada mes en Cádiz.
Razones de los números
Una jugadora, en el local de la capital gaditana que sirve como ejemplo, explica sin querer el auge del fenómeno este año: «Yo, antes, me podía dejar diez euros al día en el bingo normal. No podía gastar más. Nunca me he dejado de pagar una letra por echar unas manitas. Igual que otro se toma dos copas o va al cine, yo echo un rato así y gasto lo mismo. Lo que pasa, es que ahora ya no tengo diez euros al día. Y aunque los tuviera, con ese dinero no estoy ni media hora en el bingo normal y en éste -por el ilegal- con cuatro perras echo toda la tarde». Ese es el argumento que repiten casi todas alrededor, las que quieren hablar que no son ni la quinta parte. Las demás, asienten o espantan al periodista con un gesto.
El diálogo se interrumpe. Las bolas se cantan a la antigua. Una persona, que rota entre las presentes, las coge de un saquito. Algunas juegan hasta seis cartones (a 0,20 la unidad). La que gana se lleva 15 euros. Las cuentas no salen. No se reparte toda la recaudación.
Los cálculos mentales del intruso se rompen con un anuncio: «Vamos a jugar un gordito». En el argot, significa que los cartones, en esa ronda, costarán 60 céntimos. El premio también se triplicará. Aparece un varón. Mira mal. Pregunta. Hay que irse.
Resulta sencillo salir con la sensación de que es un negocio ilegal, una pequeña versión de lugares como la peña conileña A Periáñez. La Policía irrumpió en este local el pasado viernes 23 de octubre: estaban jugando 154 personas. Son muchas más de las que hay en cualquier bingo oficial de la provincia cada noche, excepto un sábado, quizás. En ese momento, sobre las mesas reposaban más de 500 cartones.
La infraestructura dejaba claro que, en este caso, el tinglado distaba de ser un entretenimiento de señoras mayores. En el local conileño se encontraron 4.000 cartones ya usados, y casi un cuarto de millón de unidades ya impresas pero sin utilizar, listas para ser vendidas. Sistema de pantallas para ver las bolas, megafonía para escuchar la letanía digital y una barra de bar para pedir algunas viandas mientras se controlan los números. En aquella noche de hace un mes, en el local aparecieron 1.700 euros en metálico, la mayoría en monedas, fruto de la venta de cartones.
Con este tipo de antecedentes recientes, la Policía admite que el fenómeno registra ahora un repunte organizado entre los que buscan un negocio ilegal: «En tiempos de crisis siempre aparecen fórmulas irregulares de obtener ingresos y también jugadores que quieren echar un rato por menos dinero».
Un paseo por Cádiz, una noche cualquiera, permite localizar con facilidad otros locales similares, más pequeños y ajenos a la sospecha de formar parte de un negocio. Dos en Santa María; dos en La Viña. No son bingos ilegales. Sólo informales. En uno de ellos juegan diez personas. En otro, más de 30, casi la misma gente que en el presunto garito. «Jugamos a diez céntimos el cartón y todo se reparte en el premio, no nos quedamos ni con una moneda», aclara el encargado.
En este caso, además, no hay saquito ni fichas. Cuando se le pregunta cómo juegan, una señora con edad de ser abuela saca un 'pen-drive' y dice: «Jugamos con el Bimby, que me lo ha bajado mi hijo de Internet».
Al teclear «bingo y programas» en un buscador aparecen diez descargas gratuitas posibles. Ninguna con ese nombre. En cualquier caso, el software que menciona la señora -como quiera que se llame realmente-, reproduce en una pantalla las bolas.
Cuando se canta línea o bingo se para con el teclado. Luego, otra tecla para seguir. Cuando se les cuenta que hay locales aún con bolichas, exclama: «Qué antiguos, lo normal es usar ésto o un DVD que vende cualquier chino». Con más o menos tecnología, con más o menos jugadores, no hay ganancia de «la casa», no hay «banca». Es el tipo de locales en el que la Policía no interviene. Como mucho, una carta formal de la Junta que recuerda los límites de lo legal.
Las tardes y las noches de Cádiz están llenas de este tipo de bingo, el informal, el de siempre. Sin trincar.