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EL HERMANO POBRE

MANUEL ALCÁNTARA
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En los álbumes familiares, las fotografías de los parientes más infortunados amarilleaban antes que las de los otros. ¿Quién es este?, preguntaban los más recientes vástagos de la familia casi acomodada. La abuela, que tenía una magnífica memoria, si bien algo parcial, explicaba que el fotografiado era alguien de muy mala cabeza, aunque buena persona, que poco a poco dejó de forma parte de la familia. «Hace mucho que no lo vemos», decía, para después conjeturar que seguía vivo. Los pobres rara vez guardan el dinero necesario para pagar su esquela en los periódicos. Wilde decía que los parientes pobres no tienen la menor idea de cuando deben morirse. Pues bien, trascendiendo el restringido ámbito familiar al continental, debemos reconocer que somos «el hermano pobre de Europa». Al menos así lo asegura el semanario 'The Economist', que está convencido de que no hemos sufrido la crisis con mayor intensidad, sino que vamos a seguir sufriéndola cuando los demás hayan salido de ella.

No sabemos si hemos hecho algunas cosas mal o todas. Siempre que llueve escampa, pero siempre que escampa vuelve a llover. Lo peor no es tener un techo de cristal o de uralita, que suena mucho más, lo peor es no tener techo. El Gobierno aprueba la ley de economía sostenible, pero ninguno de nosotros -yo por lo menos- está haciendo fuerzas para sostenerla. Creemos que los malos tiempos los traen siempre los otros. Para eso están los contemporáneos: para echarles la culpa de todo. En España hemos sido siempre especialistas. «Caín, Caín, Caín de los caínes», dijo Miguel Hernández, que fue muy pobre, a pesar de que entonces no se hacían estadísticas responsables sobre el paro. Ahora hemos alcanzado el 19 por ciento en la llamada madre paria.