EN EL CÁDIZ DE LAS MARAVILLAS
Una ciudad que lleva tanto tiempo viendo cómo tres mil años la contemplan, pero nadie es capaz de hacer nada por ella
Actualizado: GuardarEstaba Alicia subida en un árbol, -un guindo podría ser por cómo se le terciaron luego las cosas- harta de escuchar a su hermana leyendo siempre el manido libro de historia y cansada de oír cada tarde lo mismo, que si las fechas, que si los grandes acontecimientos, que si las celebraciones, cuando ve aparecer como recién salido de una chistera a un conejo blanco que, mirando un reloj va repitiendo sin parar: «no tengo tiempo, no me da tiempo, se me echa el tiempo encima...». Sí, ya lo sé, es un cuento. Pero es sábado, y no tiene usted tanta prisa como el conejo. Seguimos. Así que Alicia se cae del guindo -era un guindo- y sale corriendo detrás del conejo encandilada como aquellos pequeños que se fueron tras el flautista en Hamelín. El conejo trabaja incansable para la Reina de Corazones, de la que más tarde conoceremos sus modos y su soberbia. Pero antes, en su loca carrera junto al del reloj y las prisas, conocerá Alicia a la oruga que se pasa la vida sentada en un hongo gigante fumando en pipa -opio para ser más exactos- autocomplaciéndose de su fortuna y justificando su actitud por aquello de que ya no queda nada por hacer. A todo esto, Alicia se hace grande o se hace pequeña según la música de fondo «Ahora eres el no va más, ahora eres una migaja», -les va sonando ¿no?- Pues continuamos. En su frenético viaje hacia ninguna parte, encontrará Alicia a la liebre y al sombrerero, empeñados en celebrar 'nocumpleaños' y meriendas -lo siento, es demasiado el parecido con la realidad, pero es así- y a las flores, viejas señoritas ancladas en un espacio y un tiempo que le resultan tan ajenos como absurdos a nuestra pequeña niña, que a estas alturas ya no sabe ni quién es, ni adónde va, ni mucho menos a dónde la llevan el conejo y sus prisas. Por eso es que cuando por fin llegan a la Corte, no se sorprende por la chapuza que van haciendo los naipes pintando y requetepintando las mismas flores y dejándolo todo para última hora -todos a excepción de la reina son naipes, simples cartas de una baraja-, qué le vamos a hacer- ni de la pantomima de un juicio disparatado que siempre acaba igual «primero la sentencia. el veredicto después» dirá la Reina antes de gritar «¡Qué le corten la cabeza!». Será entonces cuando Alicia, que por fin ha vuelto a su estatura normal reúna el valor suficiente para enfrentarse a su inevitable destino y preguntar: «¿Quién te va a hacer caso? ¡No sois todos más que una baraja de cartas!». Y colorín, colorado este cuento se ha acabado.
Eso es todo. Así que ahora, pongan nombre o nombres a cada una de las situaciones que narra el cuento. Lo tienen fácil. Esta ciudad lleva tanto tiempo subida en el guindo, viendo cómo tres mil años la contemplan pero que ni uno sólo ha hecho nada por ella, que cualquier encantador es capaz de venderle la moto que la lleve hacia el progreso. En este caso, después de todo lo que nos contaron resulta que vamos mal de tiempo. Mal de tiempo para la ciudad de la Justicia, mal de tiempo para el Hospital, mal de tiempo para la plaza de Sevilla... y así nos va, con unos que corren y otros que ven las cosas correr desde la más absoluta inoperancia. Una ciudad que debe enfrentarse a su pasado -aunque paradójicamente sabe que de él le vendrá el futuro- ajustándose al tamaño que le quieran dar, unas veces grande, Cádiz, capital del comercio; Cádiz, Ciudad Constitucional; Cádiz, plató de cine; Cádiz, Capital Iberoamericana de la Cultura; otras veces muy pequeño, Cádiz, la ciudad con más parados; Cádiz, con la cesta de la compra más cara; con más pobres, con menos viviendas... Una ciudad que ve con asombro cómo la improvisación y el 'chapú' son las cartas de presentación de esta baraja, en esta partida de cartas que sólo juegan unos pocos y que a un paso de que le corten la cabeza, aún está a tiempo de reunir las fuerzas suficientes para crecer y enfrentarse a su propio destino «¿Quién te va a hacer caso? ¡No sois más que una baraja de cartas!», por mucho Bicentenario, por mucho segundo puente, por mucha noche abierta, por mucha puerta cerrada que nos ofrezcan. Somos Alicia, sí, pero esto no es el país de las maravillas.
Por lo menos, empezamos a reaccionar, aunque las quejas son las eternas. Que sólo salimos en pantalla siete minutos y encima no dicen que es Cádiz. Si saliera más tiempo y dijesen que es Cádiz, no sería una película de Tom Cruise, sería el programa de 'Callejeros', con su infravivienda, su paro, su casapuerta, su decadencia... y eso, para qué vamos a engañarnos, ya no nos gusta tanto.