El Muro
Actualizado:Se ha celebrado el veinte aniversario de la caída del muro de Berlín que escenificó el fin del imperio soviético, que no del comunismo porque aún sobreviven regímenes como los de Cuba, Corea del Norte y China, que se reclaman inspirados por esta ideología, que en la práctica han derivado hacia una suerte de capitalismo de estado en el que naufragan la democracia y los derechos humanos.
Eufóricos por el desastre soviético algunos filósofos certificaron el fin de la historia y la muerte de las ideologías, inspirando y alentando una reacción neoliberal liderada por los Estados Unidos, imperio victorioso y estandarte del capitalismo multinacional, ahora ya por fin, libre de contrapesos y de competidores. Pero, como manda la dialéctica o el principio de la oposición de los contrarios, en política los vacíos se llenan y de la guerra fría pasamos al problema islámico y a la imparable emergencia de nuevos países que exigen su espacio: China, Rusia, la India y Brasil. Se dibuja un escenario con un cierto desorden, producido porque el primero lo es cada vez menos y los que vienen detrás aún no alcanzaron su apogeo.
En cuanto a los calendarios de futuro no se alarmen ni sientan vértigo, porque como dice un amigo: «La ruina de una familia bien administrada da de comer a toda una generación». La historia nos ilustra lo que puede dar de sí la decadencia de un imperio. Hace veinte años cayó el muro, hace unos meses entró en barrena el modelo económico que su derrumbe encumbró. Comunismo y neoliberalismo han fracasado por la falta de eficiencia económica y de legitimidad política, social y moral. Cuando cayó el muro, algunos dijeron que sólo China podía salvar al comunismo. Hoy los comentaristas políticos que han cubierto la visita de Obama opinan que sólo China puede salvar al capitalismo. Es la evidencia de que necesitamos un nuevo paradigma económico mundial, un consenso sobre las bases del nuevo modelo.
La historia no ha muerto y las ideologías están de plena actualidad, porque la crisis exige profundizar en la mejor tradición de la socialdemocracia europea, protagonista en la conquista del Estado de Bienestar.
El viejo continente sigue estando en la vanguardia de las libertades políticas y de la calidad de vida, gracias a un cierto equilibrio entre el mercado y el estado. En la era de la globalización el reto es el de crear la arquitectura pública con capacidad para controlar a las multinacionales, porque el ultraliberalismo ha fracasado conduciéndonos a una crisis estructural del sistema. La globalización de la economía exige un estado global con capacidad para gobernar el Mundo.
Ante la actual hegemonía de la derecha en el viejo continente, el socialismo democrático debe asumir que no es suficiente con ser los mejores gestores del sistema, si ello conduce a la pérdida de las señas de identidad, resumidas en el viejo eslogan de: «Libertad, igualdad, solidaridad».
Desde una perspectiva española y, a pesar de las dificultades, podemos y debemos sentirnos orgullosos de vivir en un país que es un referente mundial en materia de libertades individuales, derechos ciudadanos, calidad en los servicios públicos y amplitud de las coberturas sociales.