Opinion

¿A quién le molesta?

Jerez Actualizado: Guardar
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La tradición del pueblo fiel siempre ha sentido la presencia de Dios. Han apreciado su amor providente y han presentido que él formaba parte de su vida; se sentían de la familia de Dios.

Era frecuente ver en los atardeceres a las mujeres -sobre todo a las mayores- sentadas a la puerta de la casa, como no haciendo nada, pero tiempo ocupado tal vez en recordar los tiempos pasados, en esa aparente soledad, pero al preguntarle...señora María, ¿está usted sola?, la contestación era invariablemente la misma, fuera a quien fuera dirigida: sola...y no de Dios. Ciertamente, sentirse hijo de Dios es sin duda lo que una criatura puede presentir, apreciar en toda su grandeza, el mismo del Creador por todo lo creado. Todo ser racional, toda persona muestra el paso de Dios. Y le olvidamos y le negamos, hasta permite que nos burlemos. Pero Él espera, nunca da nada por perdido mientras quede un suspiro de vida queda la esperanza de que el descaminado busque y encuentre a Cristo. El Dios que se ha encarnado, que ha querido vivir la aventura de la existencia humana, es algo que se sale de nuestros parámetros egoístas, comodones y cicateros. Un buen amigo, ya fallecido, decía de que todas las manifestaciones de Dios, de todas sus maravillas, la que le sobrecogía era que un Dios Omnipotente -y le enternecía- se haga hombre, que inicie la aventura humana de la manera sencilla y normal, en las entrañas de una mujer, Excelsa criatura pero enteramente humana, no una diosa, sino criatura fruto del amor humano.

Y el cristianismo ya se olvida, y el Ángelus que en los pueblos con repicar de campañas a las doce nos recordaba ese entrañable y maravilloso Misterio del Dios hecho hombre que paralizaba la vida en los pueblos y campiñas. El lugareño se descubriría la cabeza, y hasta las bestias que arrastraban el arado, también se detenían al oír el tañer de las campanas. Ya pocos recuerdan a esa hora la visita del Arcángel a María de Nazaret. Se sigue el trepidante ajetreo...tal vez los animales si oyesen las campanas pararían, sin saber lo que hacían pero realizando lo que la costumbre había sancionado. La Creación se paraba en su quehacer para pensar que Dios bajó a la tierra por amor y por amarnos vivió entre nosotros para mostrarnos el valor de la vida, que vale tanto como merecer la muerte del Dios hecho hombre que consiste, con pena que se olvide de una manera flagrante por tantos y tantas que se la niegan a quien no pidió permiso para ser concebido.