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Editorial

Mujeres en riesgo

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L a violencia provocada por el machismo extremo constituye la primera causa de muerte en el mundo entre las mujeres de 19 a 44 años de edad, por encima de los conflictos bélicos, el cáncer o los accidentes de tráfico. Hoy, Día Internacional para eliminación de esta lacra, el conmovedor dato del Consejo de Europa supone una sola de las múltiples estadísticas que dibujan el terrorífico mapa de las vulneraciones de derechos protagonizadas contra la mujer y cuya expresión más descorazonadora son los asesinatos, especialmente si éstos se producen en el entorno convivencial. Las manifestaciones distintas que puede alcanzar la violencia según el lugar del planeta en que ésta se produzca y, sobre todo, la desigual respuesta institucional que se ofrece a la víctima obligan a distinguir los avances, aunque sean perfectibles, que se han ido registrando en sociedades como la española de la situación desesperada que soportan tantas y tantas mujeres que han tenido la desgracia de nacer en un lugar donde se las desprecia, se las ignora, se las humilla o se las utiliza como un arma más de guerra. Pero esa inevitable diferenciación no debería llevar a olvidar que los ataques dirigidos contra las mujeres suelen partir del tronco común de un autoritarismo intransigente; de una feroz determinación de anular a quien se percibe como un ser inferior en derechos u objeto de propiedad privada; también de un temor por parte de los varones agresivos, sobre todo en las sociedades más desarrolladas, a lo que significa constituir un modelo de convivencia en igualdad plena. Ello implica reconocer al otro, a la mujer, en su libertad singular y aceptar la frustración de no ver correspondidos los propios anhelos; anhelos que cuando se transforman en exigencias acaban derivando hacia el estallido violento. Pese a sus carencias, el combate integral contra las agresiones está lo suficientemente asentando en nuestro país para permitir debates abiertos, sinceros y comprometidos sobre lo que queda por hacer, sobre los márgenes legales e institucionales que restan por explorar y también sobre los límites que no cabría rebasar para hacer Justicia. Pero las 48 mujeres que han sido asesinadas en lo que va de año, las que aún, tristemente, lo serán y las que seguirán soportando malos tratos no merecen, en ningún caso, que ese debate pueda trivializarse frivolizando el impacto de la violencia o responsabilizando casi de la misma a las propias mujeres.