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ENMIENDAS AL PARADIGMA

Desactivar la democracia

JAIME PASTOR
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Alguien contó el bello cuento de que la democracia es un logro conseguido ya para siempre, y nos pusimos a jugar despreocupadamente sin caer en la cuenta de que el ámbito de la política es el más necesitado de un mantenimiento constante y de un sostenido trabajo de recreación. Distraídos como estamos ahora con la crisis de la economía (que pronto volverá a ser de nuevo la acostumbrada economía antieconómica de siempre), nos está pasando inadvertido un fenómeno de mayor envergadura: la crisis de la democracia, o, por mejor decir, la acelerada desactivación de su potencial transformador.

Si es cierto que, como escribió Fernando Savater, «toda victoria de la libertad resulta inmediatamente escasa», hoy tenemos motivos para pensar que estamos asistiendo a una clara derrota de esa libertad escasamente conseguida, de esa democracia imperfecta pero irrenunciable que pugna por sobrevivir a tanto maltrato. De hecho, lo que está pasando con la democracia en el mundo es, para decirlo con palabras trilladas, la «crónica de una muerte anunciada». La historia nos tiene dicho ya que el virus antidemocrático suele actuar en la sombra, agazapado entre los dimes y diretes de la cotidianidad, hasta que sus efectos patógenos nos sorprenden por su virulencia, impidiendo la vuelta atrás o la recuperación del tejido democrático dañado. El caso es que desde hace algún tiempo podemos observar un claro intento de sembrar en las conciencias desprevenidas de nuestra desinformada sociedad de la información, la idea de que el desarrollo económico es posible sin democracia. Hasta ahora habíamos vivido bajo el convencimiento de que para alcanzar y mantener un desarrollo económico aceptable eran imprescindibles ciertos niveles de democracia. Pero todo hace pensar que, para muchas mentes audaces, la democracia puede llegar a constituir un freno al desarrollo económico. Así debe considerarlo ese Medvédev, hijo de Putin, con su promesa hecha estos días (¿se habrá ruborizado al menos?) de «modernizar Rusia, pero sin necesidad de más democracia».

Pero más allá de intenciones como las de Medvédev, hay una realidad a la que muchos ojos miran con una secreta admiración: China. Si hasta ahora el sueño de todo tiburón era Estados Unidos, que pasaba por ser el modelo de síntesis feliz entre desarrollo y democracia, ahora es China la que está tomando el relevo. Y resulta que allí el desarrollo económico es exponencial, pero con la «insignificante» particularidad de que la democracia y los derechos humanos brillan por su ausencia.

En definitiva, la perversa lección que China está ofreciendo a un mundo vapuleado por la crisis económica es que la democracia no es ya necesaria para el desarrollo de una economía en continua expansión.

Un dato empírico que ya muchos tiburones de las finanzas están utilizando para convencernos de que, para no caer en nuevas crisis económicas, resulta sano y conveniente cierta desactivación de la democracia. Y conste que ya han pasado de la teoría a los hechos: empiezan reclamando libertad de movimientos, y terminan exigiendo recortes a las libertades democráticas. Ojo.