Los cuernos de La Caleta
Actualizado: GuardarSi de cuernos se trata, usted, como yo, tenemos mucho que callar. Y nuestros concejales también. Pero bueno, ¿a quién no se le ha escapado nunca uno? Los cuernos, me dijo un compañero, son huesos de leche, que se caen con el tiempo. En otoño parece que se caen todos los cuernos de los árboles y los rodajes y llegan hasta las playas. ¡Cuántos cuernos no habrán empezado en las playas! Se van las luces, se apagan las cámaras y, oh dolor, oh soledad, comienza la acción.
Pero es una gozada, amigo lector, permitirse el placer de poner los cuernos. Ponerle los cuernos a la hipoteca cenando una noche en un buen restaurante; engañar a la úlcera bebiéndo un vaso de whisky, serle infiel a la tristeza gozando del cuerno de la luna. Cuerno creciente o cuerno menguante, los que nos hacen cuernos son al final los mismos y sus infidelidades («este maletín no es lo que parece», «esa comisión por urbanizar sólo fue un error», «yo me quería poner a trabajar, cambiaré») no son causa de divorcio.
Pero al final, todo son cornadas. El recibo de la luz, la bronca del jefe, la columna del aparcamiento que se acerca al coche y te ralla la puerta, los pájaros que te dejan el regalo en la colada recién tendida, los vecinos que tienen la televisión a tope hasta las 4 de la mañana. Basta de correr. Hay que agarrar firmemente la muleta, aunque ya se tengan callos en las manos, y darle un buen pase de pecho a esos cuernos. Cuernos que acaban paseando por la playa, cuernos que se escapan, cuernos que mandan, Cádiz cobarde, todo al cuerno.