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Un almendral con muchos frutos
Con más de treinta años de vida, la galería baja del bloque diez de la conocida barriada jerezana es un auténtico hervidero de vida y encierra numerosas historias anónimas que contar
JEREZ Actualizado: GuardarHay un jardincito un poco dejado de la mano de Dios. Es el lugar donde habitan unos árboles que han debido de cumplir la mayoría de edad y un césped con mucha tierra y poco verde. Un pequeño sendero cruza la parte trasera por el jardín y al fondo se puede ver la tapia trasera del colegio María Auxiliadora con las últimas tendencias de arte al más puro estilo graffiti. Un mensaje con mucho fondo nos llama a la reflexión. Se extiende por toda la pared con letras un tanto indescifrables. Se trata de una pintada que anuncia un rotundo No a la intolerancia, a la guerra y al hambre. Justo al lado están retratados el Che, Fidel Castro, una señora desconocida y un tipo que mantiene un cierto parecido con el Mulá Omar. No se sabe si estos personajes suscriben la frase, son ejemplo de la misma o están retratados como la antítesis de los valores que se pretenden difundir.
Sin embargo, nadie parece hacerle caso a este dispendio de arte urbano. «Paparruchas panfletarias», dice un señor que se ha quedado con el cante cuando ha visto a un señor con libreta y otro con cámara en ristre. «¿Que vienen ustedes del periódico? -continúa con cierto escepticismo- pues pongan que hace falta que cuiden más el jardín que está hecho unos zorros». Cambia la mirada a otra parte, se rebusca un paquete de cigarrillos escondido en la cazadora y saca uno para encenderlo lentamente. No hay prisas, y por la mirada que hace de nuevo a la tapia parece echar de menos en la pintada un rotundo No a la falta de empleo. Le pega una calada y expande el humo por la clara mañana.
La galería
Se abre un territorio de vida un poco más allá. Se trata de la galería baja del bloque diez de la barriada de El Almendral. Sin duda, un lugar donde no sólo hay almendras, sino todo lo necesario para llevar una vida digna. Aquí hay de todo. Moda de ropa para caballeros o señoritas, peluquería para ambos sexos, carnicería, bar, frutería, un supermercado y hasta un estanco para los tiempos en los que fumar es lo único que queda anta tanta falta de empleo, según se desprende del señor que sigue ensimismado pensando en la pintada. No sabemos durante cuánto tiempo.
Rosario lo tiene claro desde su frutería. «La cosa ha bajado mucho. Pero no me quiero quejar porque hay que pensar en sobrevivir. Ya está bien de tanto quejarse», se responde a sí misma. La frutería es el lugar de encuentro de muchos vecinos. Los anhelos, las ilusiones, los deseos y también los sufrimientos se entrecruzan entre lechugas y zanahorias. «Estamos aquí desde que se hicieron los pisos -argumenta Rosario-, así que es normal que nos tengamos confianza. Es más, somos confidentes de muchas cosas que te cuentan los vecinos». Sobre una cornisa que recorre el techo del comercio se pueden ver amuletos, pequeños cuadros, colgantes y una preciosa fotografía de la Virgen de la Esperanza vestida de hebrea. Está claro que esa foto la ha traído a la frutería Pepi Guerra, que es vecina del barrio.
Se sabe del profundo cariño que en la familia se profesa a la Esperanza. Vicente está en la frutería para comprar un par de cebollas. «Ya que está usted aquí, me gustaría que comentara que hace falta más luz. Yo vivo en José Cádiz Salvatierra. Por este pequeño senderito llego directamente a mi casa, pero los niñatos han roto todas las farolas y se ponen por las noches a. bueno no te voy a contar. Así que nos da miedo ir por ahí y cuando tenemos que volver a casa si es de noche tenemos que dar un gran rodeo», comenta. Pues dicha queda la queja y a ver si además del jardincito le damos un empujón al tema y se arregla lo de la luz y lo del sendero que une la gran avenida con el barrio.
Tranquilidad
El Almendral se convirtió hace algo más de treinta años en una barriada modelo para muchos jerezanos de clase media. Sus altos bloques y sus primeras calidades combinadas con precios asequibles hicieron posible la formación de este barrio que hoy en día está totalmente insertado en la vida social de la ciudad.
Los vecinos aseguran que «son unos pisos muy grandes. Incluso los hay de hasta cinco dormitorios». Conforme la vida fue gestándose en los altos bloques blancos y verdes, a la falda de la avenida de La Comedia, los comercios fueron proliferando hasta llegar a decirse que se puede vivir sin salir del barrio porque dentro hay de todo.
Y es que hay hasta cante. «Si es del bueno, porque si no es así me quito la babucha y...», comenta Raúl desde el mostrador del bar Don Carlos. Este bar es de arte. Aquí no se trabaja la miseria. Y si no, que se lo pregunten a Tío Ángel, que, como buen patriarca, está sentadito en una mesa recordando viejos cantes de Tío Gregorio, El Borrico. Es un bar donde se sabe algo de cante, pues Carlos y su gente vienen desde el barrio de Santiago.
Recuerdos
A un lado del mostrador hay un cuadro con un retrato de Luis de la Pica. El recuerdo perpetuo para el gran cantaor jerezano. «Éste fue un monstruo», explica Raúl mientras lo señala. Lo único que se echó de menos fue un retrato de El Prendi. Por lo demás, hay de todo. «Buenos desayunos, más baratos que en el albergue. Por dos euros, una buena tostada con jamón y café. Y al mediodía no faltan las tapas caseras. Un poquito de berza, sangre con tomate, menudo para chuparse los dedos, cola de toro o las manitas de cerdo. Y siempre una buena copa de fino de Jerez», apostilla el bueno de Raúl.
El bar tiene ambiente desde primera hora de la mañana. Aquí no se para. De pronto alguien le ofrece a Raúl un cupón. «A ver si me toca, porque ya estoy harto de poner cafés», comenta con bastante arte.
Un poco más allá está el Jhonny. Familia filipina que llevan tantos años como tiene el bloque dispensando pizzas con un claro estilo personal. Arroz con atún picante o famosos sándwiches vegetales con pollo. Por la mañana está cerrado, pero cuando llega la noche, muchos jerezanos acuden a este pequeño establecimiento donde ya mandan los muchachos pertenecientes a la segunda generación, con un claro acento jerezano y unos rasgos asiáticos que llaman la atención al cliente.
Y si el personal va buscando un pescado fresco de la bahía, en El Almendral no hay problema. Para eso está Manuel Méndez, pescadero de toda la vida perteneciente a la saga de los Méndez, nacida en la jerezana calle de Cerrofuerte. «Llevo aquí más de veinte años. Y no nos ha ido mal. Eso sí, aquí hay que traer buen material porque la cliente lo pide. Precios buenos y pescado fresco», comenta. Entrar en la pescadería de Manolo es como adentrarse en el mar. Huele a sal marina y a pescada fresca. Da gloria ver las acedías y los lenguados perfectamente alineados cuando se abre el establecimiento. Una trayectoria de mérito siempre a base de ofrecer los mejores productos de la bahía. Bahía gaditana, que no somalí.
Y así se llega a dar la vuelta al bloque diez de este jerezano barrio. Quedarían muchas historias anónimas que contar. Y sólo se ha paseado por un bloque. Sin duda, se seguirá informando en otra ocasión porque aquí hay vida para rato.