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Jueces de andar por casa

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A utocrítica. Mea culpa, o nostra culpa. Los medios de comunicación somos unos justicieros implacables. Jueces públicos y extraoficiales que condenamos cada día sin miramientos. Sin piedad. Sin reparar en los daños. La policía detiene a una persona, -o simplemente imputa- sea por el delito que fuere, y automáticamente queda condenada para los restos. No judicialmente, que para eso ya están los garzones y los grandesmarlaskas. Que tardan en hacerlo. Un montón. Pero acaban haciéndolo.

Lo nuestro es condenar públicamente, que en algunos casos es mucho peor. Basta teclear unas líneas y subirlas a la web de un periódico o publicarlas en las páginas del día siguiente. O soltarlas por la radio, o en un informativo de la tele. En un minuto, marcado para toda la vida. Ladrón, estafador, violador, asesino, agresor, corrupto. Cualquiera de estas etiquetas colgarán de su espalda por los siglos de los siglos. Para el gran público, si la repercusión es más grande. Para su círculo de amigos, vecinos, familiares o compañeros de trabajo si es un tema más de andar por casa. Pero ya estará estigmatizado.

Pensamos los periodistas -algún abogado listillo nos lo diría alguna vez- que con el patético presuntamente basta. «Fulanito presuntamente ha violado a siete ancianas», «Menganito presuntamente se lo ha llevado calentito del Ayuntamiento de Villaviciosa de Arriba», «Zutanito presuntamente ha desviado fondos públicos a siete empresas de siete primos suyos».

«Ah, yo dije presuntamente señoría», le diremos al juez llegado el caso. «A mí no me diga nada, que yo escribí presuntamente. Mírelo, aquí está, en la cuarta línea del quinto párrafo, ¿lo ve? Yo no he mancillado el honor de este señor. La policía le detuvo y yo lo publiqué en primera página. Con su careto, el testimonio de dos vecinos suyos y de otra señora que pasaba por allí. Todos dijeron que era muy raro, que a veces no saludaba al llegar al portal. Y luego se demostró que los cargos eran falsos, pero a mí qué me cuenta. Por eso puse presuntamente». Lamentable.

Esta reflexión viene a cuento de la entrevista concedida esta misma semana a este periódico por el juez Emilio Calatayud. O lo que es lo mismo, por el mayor referente a nivel judicial en lo que a asuntos de menores de edad se refiere. Y hablaba Calatayud del tema de El Cuco, el tristemente célebre chaval acusado de estar implicado en la muerte de Marta del Castillo. Ahora se encuentra internado en un centro de menores de Puerto Real, lo cual ha generado cierta alarma social.

El juez granadino nos recuerda a todos cosas tan simples como la presunción de inocencia -en ese caso aún no se ha celebrado ningún juicio- o el derecho a la intimidad. Obviamente, en un caso como éste, la reacción humana y lógica es la de querer ver encerrado de por vida, si no algo peor, a todo aquel que pueda tener una mínima relación con su muerte. Y más si uno es padre y piensa en los de la desdichada joven sevillana. Pero alguien ha de tener la cabeza fría, verlo con la perspectiva suficiente para que impere la cordura, máxime si hablamos de un menor.

Podríamos extrapolar el asunto a cientos de casos, a todos los niveles, y dar otros tantos nombres. Por ejemplo, ahora mismo sufrimos tal saturación informativa en lo referente a corrupción política que como un concejal se deje un día el monedero en casa y se pague el taxi con dinero del ayuntamiento, ya será corrupto oficial.

La cuestión es que, cuando llega la resolución final, la buena, la del juzgado, ya apenas interesa el asunto. Tanto si es culpable como si es inocente. Ya da lo mismo. El implicado en cuestión pasará un tiempo a la sombra si es condenado o volverá a su casa si es absuelto. En este último caso, que alguno hay, ya nadie le quitará esa etiqueta que, desde un minuto después de ser detenido, le colgamos desde los medios de comunicación. Y que seguiremos haciendo, pese a que hay jueces muy cabales, como Emilio Calatayud, que de vez en cuando salen a la palestra a recordarnos que para juzgar están las togas, no las plumas.