Pescar con cormoranes
Actualizado:Por haber viajado hasta Socotora, para evitar que una peritonitis lo matara, el maquinista Zhuo Ling, me está muy agradecido. Lo evacuamos desde el área de fondeo del puertecillo de Ab Al Kuri, en un helicóptero francés con base en Yibuti, hasta Yemen, donde le intervinieron con eficacia veterinaria en Adén. Jefe de máquinas del Hai Feng, es nativo de Zhanjiang, experto en mecánica naval y en domesticación de cormoranes. Ese agradecimiento, que durante años me expresó en una carta semanal laudatoria, quiso perfeccionarlo invitándome a pescar con cormoranes en su pueblo. El cormorán chino es robusto, gran pescador pero con malas pulgas y difícil de domesticar para que pesque por encargo. Ling (en China el apellido precede al nombre) tenía seis a la puerta de su casa, enormes, seis esculturas de azabache, posados sobre una percha y atados con un cimbel.
Nos hicimos a la mar de madrugada en una panga, los pájaros pescadores, Ling y yo, con la niebla encima de nosotros como una sábana concupiscente, hasta encontrar un abrigo donde Ling les colocó un dogal al cuello con sumo esmero para no ahogarlos. Los liberó del cimbel y los seis se zambulleron en un suspiro. Con una celeridad de meteoro, empezaron a sacar peces, que no podían engullir por el dogal, de ahí su uso. Cuando Ling evaluó que las capturas eran suficientes para un ágape, los liberó del dogal para que pudieran pescar para ellos. Hasta saciarse. Ahí radica la paciente ciencia de la domesticación y el pacto de intereses. El ingenio para sobrevivir.
Recuerdo esta hermosa experiencia en estos días en Cádiz, por lo que tiene de evocación parabólica. Percibo, que parte de nuestra ciudadanía, no toda, vive con un dogal apretado al cuello que le impide tragarse la vida a borbotones. Con pasión, con denuedo y fantasía, para disfrutar del reto de salir adelante desde un esfuerzo común conciliado. El dogal del pesimismo, convertido en hastío, de la negatividad, del escepticismo, del abandono desilusionado, de la resignación sardónica, les impide respirar profundamente y tomar conciencia de que la vida es hermosa por ser una lucha preñada de olimpismo. Este mismo dogal simbólico, les reduce la irrigación de sangre al cerebro que les merma la capacidad de reflexión, el acceso a las luces de la razón objetiva, para tomar conciencia de que aquello que deseen realizar un millón doscientos mil ciudadanos, siempre, indefectiblemente, es posible, si actúan como si de uno se tratara. La Nación, el Pueblo, son el compendio de todos los devenires, de todos los decursos, de todos los pesimismos y optimismos cohesionados, los que, equilibrados por la esperanza y la fe en la Especie Humana, la especie luminosa y arredrada, siempre alcanzarán los fines que se propongan: los del Bien Común.