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Con las cartas boca arriba
Teodulfo Lagunero, empresario y mecenas 'rojo', presentó ayer en el Ateneo de Cádiz en el primer volumen de sus memorias
Actualizado: GuardarComo buen jugador de mus, Teodulfo Lagunero sabe que en muchas ocasiones es más importante saber jugar las cartas recibidas que empezar con una buena mano. Tal vez por ello, en la introducción de su nuevo libro explica que escribir unas memorias «consiste en decir qué cartas nos dio la vida y cómo las jugamos». Este defensor a ultranza de la República, abogado, empresario, mecenas, millonario y comunista histórico reconoce que las suyas eran malas cuando empezó su partida vital, en 1927. Ahora le corresponde a los lectores valorar si jugó bien o mal sus naipes a través de la obra Memorias. La extraordinaria vida de un hombre extraordinario, que acaba de publicar Umbriel-Tabla Rasa y que presentó ayer en el Ateneo de Cádiz.
En la calle Ancha repartió besos y saludos en una ciudad que fue «como la primera» para él. «Me echaron de Valladolid porque no soportaban que fuera de una familia de rojos y que tuviera éxito. Y me vine a Cádiz, donde estuve nueve años. Si me echaron de Valladolid, en Cádiz me aceptaron con los brazos abiertos», explicaba ayer, de vuelta en la ciudad en la que fue durante nueve años profesor de Derecho Mercantil. De aquella época, aún guarda «montañas de amigos» y alguna sorpresa. Uno de los ateneistas se le acercó antes de la charla para hacerle una confesión. «Yo fui alumno suyo y me enseñó lo que significaba ser de izquierdas».
La obra de este «niño de la guerra» abarca desde su nacimiento en Valladolid hasta los primeros años 80, en los que confiesa que por culpa de la situación del país, de la política y de los acontecimientos internacionales se «descorazona» y decide abandonar la política activa y la abogacía para retirarse a Fuengirola.
El regreso de Alberti
Un título firmado por un «brillantísimo estudiante», al que en su opinión definen palabras como «lealtad, solidaridad, voluntad o, por cambiar de rima, talento, arrojo, imaginación, creatividad, coherencia e incluso, en el mejor sentido de la palabra, sentimentalismo». Recuerda también la autora cómo fue Lagunero el que compró la casa en la que se instaló Carrillo en la clandestinidad, con el que pasó la frontera en dieciocho ocasiones y que lo trajo de vuelta a España y el que organizó también el regreso de Rafael Alberti y María Teresa León meses más tarde.
Éste es Teodulfo Lagunero visto por Teodulfo Lagunero. Un autor que se crió «en una familia normal de clase media», según sus propias palabras, pero pronto llegaría la guerra y, con ella, su «primera lección de la vida».
El empresario y mecenas explica a este periódico cómo fue ese acontecimiento que marcó su vida. «Tenía ocho o nueve años y en los primeros días de la guerra mi hermano y yo vemos cómo fusilan los republicanos en el Guadarrama a un capitán de la guardia civil. Eran los primeros días de la guerra y allí en Guadarrama, los enfermos iban a curarse la tuberculosis respirando aire puro. Habilitaron unas dependencias para hospital y otra para los niños y allí estuvimos nosotros quince o veinte días. Salíamos a corretear y presenciamos, además del fusilamiento, las escenas de los milicianos llegando en camiones, con fusiles, cantando la Internacional. Ésa fue mi primera lección de la vida», señala. «Después de aquello, mi padre nos encerró en el sótano para que no saliésemos, porque se enfadó mucho cuando se enteró de que habíamos visto eso», añade.
Una experiencia traumática que marcó a Lagunero, aunque no sería la única ya que, tal y como recuerda, hasta los 39 años tuvo que vivir en un régimen político y social «primero de terror y luego represivo en todos los aspectos». Su padre era catedrático de la Institución Libre de Enseñanza y fue encarcelado en varias ocasiones, destituido de sus méritos académicos y sus bienes fueron incautados por «responsabilidades políticas». Su hermano fue detenido también y juzgado por un consejo de guerra, igual que el propio Teodulfo Lagunero.
Hambre y sufrimiento
Pasó hambre y vio sufrir a su madre y a su familia, y tuvo que ejercer toda clase de trabajos, empezando como barquero en el Pisuerga, hasta convertirse en un empresario de pro en el sector de la construcción.
Vivirá en el Madrid republicano, «con sus desbarajustes, con su heroísmo, con sus crímenes». Aprenderá «palabras nuevas para un niño como quinta columna o los pacos, que eran los fascistas que se subían a los tejados y pegaban tiros». En Valencia presenciará los bombardeos «terribles y enormes» que asediaban la ciudad. Incluso contempló cómo una de esas incursiones destruyó la mitad de su casa, tras lo que se tuvieron que instalar «con unas camas y unas mantas» en el instituto donde su padre daba clases.
Vivió también «la represión y el terror franquista, los asesinatos, y los paseos. Porque Franco hizo canalladas, una de las cuales fue dividir España en dos, vencedores y vencidos», sentencia Lagunero. «Yo pertenecía al segundo grupo y las familias de los vencidos fueron pisoteadas durante cuarenta años con las botas».
A pesar de todo, el afán de superación de Lagunero lo llevó a estudiar Derecho y Filosofía y Letras, puso una academia en Valladolid y se metió en el mundo de los negocios. A comienzos de los 60 funda una sociedad para comercializar un proyecto turístico-residencial llamado El Encinar del Alberche, para el que se inventó un sistema de márketing que fue todo un éxito. Su lema: Cinco minutos para comprar y cien meses para pagar. Ahí comenzó su éxito en los negocios, con la ya popular invención de la parcela.
El 1 de mayo de 1968 durante una estancia en París el autor tiene ocasión de participar en una manifestación en la Plaza de la Bastilla, un acontecimiento que marcaría toda su vida. Allí conoció al poeta Marcos Ana, que era miembro del comité central del PCE y que formaba parte de una organización dedicada a ayudar a todos los que llegaban a Francia huyendo del franquismo, a la que Lagunero quiso sumarse también.
«Siempre tuve claro que tenía que dedicar mi dinero a los que luchaban contra el franquismo, porque ante todo era un antifranquista, quería la libertad de España, y aquello era irrespirable», indica.
En el libro repasa también otras amistades y relaciones con el mundo de la política y con destacados representantes de la cultura, un tema este último que ya abordó en su libro anterior, Una vida entre poetas: de Pablo Neruda a Antonio Gala.
Entre esas personalidades del mundo de la cultura con los que mantiene amistad, además de los citados, el autor destaca al poeta Manuel Alcántara, «de las personas más cultas e inteligentes que he conocido».