HALA JABER | PERIODISTA Y ESCRITORA SUS FRASES

«Hay miles de huérfanos abandonados en Irak que crecerán llenos de rabia»

Ha publicado el relato de su experiencia en la guerra en aquel país, centrada en dos niñas que perdieron a toda su familia en un bombardeo

MADRID Actualizado: Guardar
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-¿Cómo está Hawra?

-Muy bien. Cumple siete años en diciembre y está haciendo 2º curso en su colegio. El año pasado aprendió a leer y escribir. Tiene buena salud y está contenta.

El 4 de abril de 2003, Hawra, entonces un bebé de tres meses, viajaba en el regazo de su madre. En el vehículo iban también su padre y sus seis hermanos. Habían salido de casa a la carrera, huyendo de las bombas con las que el Ejército estadounidense asolaba Bagdad. Uno de esos proyectiles cayó sobre el coche. La madre de Hawra tuvo los reflejos suficientes para arrojar a la pequeña por la ventanilla y evitar así que se abrasara. Luego hizo lo mismo con Zahra, su hermana de tres años. Hawra sólo sufrió algunas magulladuras, Zahra apenas pudo sobrevivir unos días a sus graves quemaduras. Los siete miembros restantes de la familia murieron allí mismo o en las horas inmediatas. Hala Jaber, una periodista libanesa casada con un fotógrafo de prensa británico, estaba ese día en Bagdad como corresponsal de The Sunday Times y conoció la terrible historia de las dos niñas huérfanas. Jaber hizo todo lo posible -y casi lo imposible- por salvar a Zahra y se comprometió a cuidar como una madre de Hawra. Esta semana ha viajado desde la capital iraquí a Madrid para presentar Alfombra voladora sobre Bagdad (Ed. Roca), la historia del drama familiar de la niña que es por extensión el drama inconcebible de un país bañado en sangre.

-Como libanesa, usted sabía muy bien lo que es una guerra. ¿Ha cambiado algo su perspectiva del horror después de vivir estos años en Irak?

-Haber visto el horror en Líbano no me hacía inmune al horror en otros lugares. Si hubiese llegado a Irak pensando que ya nada podría espantarme no habría informado como debía. En Irak vi cosas mucho más espantosas de las que había visto nunca y me temo que en la siguiente guerra en la que esté me pasará lo mismo.

-Usted vivió abrumada durante años por la perspectiva de no poder tener hijos. ¿Influyó eso de alguna manera en su actitud de compromiso personal con las dos niñas?

-Creo que no habría sido muy distinto. Yo estaba buscando niños heridos y huérfanos para una campaña de apoyo a las víctimas que había organizado mi periódico. Entonces entré en aquella sala del hospital, vi a Zahra y oí que el médico decía que sin mejores cuidados no le quedaban más de 70 horas. Mi primer impulso fue ayudar. Quizá no tener hijos influyó en mi inmediato deseo de adoptarla.

-Era una de las víctimas de una ciudad que sólo unos días antes había celebrado miles de bodas y en la que se habían adelantado partos. Gentes inocentes que hacían todo eso porque temían morir. En Occidente apenas se supo nada de esa angustia.

-Tampoco sé si saberlo habría cambiado algo. Los ciudadanos, de forma mayoritaria, no querían que se atacara a Irak, pero los gobernantes no escucharon eso. Los políticos sí sabían lo que sucedía. No les habría detenido una mayor concienciación aún por parte de la población occidental.

-Su libro describe los primeros días tras los bombardeos: saqueos generalizados, médicos que van con fusiles de asalto para proteger sus escasos recursos. ¿Ese caos era peor que los bombardeos?

-Durante la primera semana, tras el fin de los bombardeos, los soldados estadounidenses estaban allí, viendo los saqueos, cómo se destrozaba todo, cómo la gente cogía su botín donde podía, y no hacían nada porque decían que no tenían orden de hacer nada. El único lugar en el que no entró nadie, es llamativo, fue el Ministerio del Petróleo.

Recuperar lo robado

-¿Era deliberado ese caos?

-La gente, empobrecida durante tantos años, salió a la calle a saquear los edificios que simbolizaban el poder del Gobierno, porque era a quien le atribuían su pobreza y opresión. Se llevaban víveres, electrodomésticos, muebles... Se llevaban también expedientes en los que aparecía información sobre su familia. Otros entraban en las casas de los ministros porque pensaban que lo que había en ellas era suyo porque se lo habían robado. Lo deliberado, creo yo, fue que se llegara a ese extremo. Sucedieron tales cosas que, cuando por fin se formó un Gobierno provisional se encontró con que no había víveres en el país ni documentos de ningún tipo en la Administración.

-¿Cómo ha vivido usted durante estos años la situación de ese país, siendo libanesa, estando casada con un británico -y teniendo la doble nacionalidad- y al mismo tiempo ejerciendo de periodista que debe mantener una distancia?

-A veces fue muy difícil. Mi parte británica se sentía responsable de todo aquello, por más que mi marido y yo, y otras muchas personas que conocemos, estuviéramos contra la guerra. Mi parte libanesa, árabe, estaba airada por lo que pasaba a mi pueblo. Mi gran ventaja es que soy capaz de comprender el lado árabe y puedo reflejarlo en mis crónicas para un periódico occidental.

El libro de Jaber está lleno de ejemplos de vidas derruidas, desde la niña que ha perdido una pierna y llora porque sabe que no conseguirá un buen marido -si acaso, piensa, un viejo que creerá que le hace un favor casándose con ella- hasta un muchacho al que una bomba arrancó los brazos y se ha convertido en el mejor jugador de play station con los pies pero no lleva sus aparatos ortopédicos porque le pesan demasiado.

-¿Cuántas generaciones han de pasar para cerrar esas heridas?

-Hay cientos de miles de heridos, cientos de miles de vidas destrozadas, familias enteras borradas del mapa. ¿Cómo van a crecer esos niños? Algunos lo superarán, otros aseguran que no lo olvidarán nunca y dicen que vendrá una generación futura que se vengará de ese derramamiento de sangre.

-¿Es posible establecer una democracia en Irak tal y como la entendemos en Occidente?

-No olvidemos que se trata de un pueblo que durante 20 años ha estado cerrado al mundo. Y viene alguien de fuera diciendo que van a darles el derecho al voto. No saben lo que es, ni saben lo que es elegir a unos representantes. La versión occidental de la democracia no tiene por qué tener éxito allí. Occidente ha atravesado muchas etapas hasta llegar a la democracia actual. Irak y el mundo árabe no ha hecho aún ese camino, de manera que no se puede esperar que lleguen de golpe. Mi padre vivió años en Arabia y decía que allí se ven rascacielos pero la mentalidad es tribal. El país tiene dinero para hacerse una fachada de modernidad, pero su mentalidad está siglos por detrás de la nuestra.

-Por su procedencia, usted ha podido hablar con mucha gente que no diría una palabra a un periodista occidental. ¿Qué piensan de lo sucedido los ciudadanos de a pie, quienes no pertenecían al partido de Sadam Hussein?

-En los primeros días, mucha gente celebró su caída, sobre todo los chiíes. Se vio mucha gente bailando, pero enseguida esas mismas personas decían que no reconocían a quienes habían ocupado el país. Muchos que no eran del partido Baas se integraron en la resistencia. La resistencia finalmente era contra la ocupación.

-Una de las personas más importantes que aparecen en su libro es el médico estadounidense que atiende a Zahra en sus últimas horas. Un partidario de la política de Bush que sin embargo destaca por su humanidad y su sentido del deber.

-Vengo de un país ocupado y sé lo que es eso. Estaba enfurecida con los estadounidenses, pero cuando conocí a ese médico me di cuenta de que, al margen de la responsabilidad de su país y su apoyo a la guerra, había hecho un juramento y ayudado a todo el mundo, sin importarle quién era. Eso me reconcilió con él.

La escala del horror

Jaber da cuenta de que cuando llegó a Irak y vio a los niños quemados pensó que nunca había conocido tanto horror. La escala subió un grado cuando contempló cuerpos decapitados. Otro al ver cadáveres sin ojos, atravesados por agujeros y con quemaduras de torturas con electricidad. Ahora lo más duro para ella es pensar quién pudo ser el responsable de todo eso. Y en medio, gentes como ese doctor, periodistas como John Swain (que estuvo en Camboya cuando la revolución de los jemeres rojos e inspiró el filme 'Los gritos del silencio'), que se implicaban más allá de su tarea, y voluntarios estadounideneses que trataban de paliar con su trabajo las atrocidades causadas por su Gobierno.

-Prometió a la abuela de Zahra que la salvaría. ¿No era demasiado para una periodista?

-En la manera de escribir plasmaba esa implicación para que quien lo leyera pudiera sentirlo. En esos minutos, mientras estaba allí junto a la niña abrasada, me tomé un respiro como periodista porque necesitaba sentirme sólo un ser humano. Por eso lloré. Pero luego respiré hondo, saqué mi cuaderno, tomé notas y escribí. Si no hubiese hecho mi trabajo, habría fallado a Zahra y a los demás.

-Tras la muerte de Zahra, se infiltró entre la resistencia y corrió grandes riesgos. ¿Olvidaba así su fracaso personal o sólo quería tener datos para contar cosas vedadas a otros periodistas?

-Las dos cosas. Como periodista, tengo una manera de trabajar que consiste en ir más allá de lo que se conoce, llegar hasta donde no puedan llegar otros. Pero a la vez era una especie de terapia: yo estaba pasando un luto y estaba muy enfadada por haber fallado a Zahra y a su abuela. Hubo una época en la que trabajaba como un hombre para olvidar que era una mujer.

-¿Tiene futuro la generación de iraquíes que, como Hawra, han perdido a su familia y han crecido bajo las bombas?

-Hay que mantener la esperanza de que, pese a todo, puedan ser felices. Para mí, Hawra es un ejemplo muy importante. Crece, es feliz, vive en un entorno cálido, con su abuela y dos tíos... Lleva mucha carga consigo, sabe que es diferente, que no tiene mamá ni papá ni hermanos. Si su entorno la ayuda, más adelante podrá hacer frente a todo eso. Hay muchos huérfanos a los que el sistema ha abandonado y que crecerán llenos de rabia. Eso me preocupa, porque es la generación que a medio plazo llevará las riendas del país.

Han pasado más de seis años, y Hala Jaber (158 centímetros de pura energía, una mirada de una intensidad fuera de lo común) reitera que ella nunca pensó que Sadam tuviera las famosas, por inexistentes, armas de destrucción masiva ni que fuera una amenaza para Occidente. Tampoco mantenía vínculos con Al-Qaida, reitera antes de añadir que eliminaron a Sadam, pero destruyeron un país. «Y total, ¿para qué?»

-Eso, ¿para qué?

-E ra un dictador, pero hay otros, y algunos muy amigos de Occidente a los que, por tanto, no se toca. Eso se llama medir las cosas por un doble rasero.

-¿Está hoy Irak mejor que hace diez años?

-Sí en algunos aspectos: ha habido elecciones, tienen móviles y más libertad de movimientos. Pero en otras muchas cosas, la mayoría, no están mejor. Y la pregunta que siempre me hago es la de quién nos da a nosotros el derecho a decidir cómo debe ser gobernado aquel país.

-Usted acordó con la abuela de Hawra que la niña seguiría con ella pero que cada verano ambas se irían a Beirut para encontrarse allí. ¿Ya lo han hecho hace unos meses?

-Lo haremos más adelante porque hasta hace unos días ellas no tenían pasaporte. Hasta ahora, la he visto cada vez que he ido a Irak. Este año he estado en tres ocasiones y he procurado reunirme con ella al menos una vez cada semana.

-¿Hablan mucho por teléfono cuando no está en Irak?

-Sí, mientras estoy en Londres la telefoneo todas las semanas.

-¿Se imagina la vida de Hawra dentro de diez años?, ¿querrá estudiar una carrera en Londres?

-Lo he pensado, claro, pero es pronto para una decisión así. De momento, quiero ir mostrándole el mundo que hay detrás de su mundo. Primero Líbano, con sus parques y sus cines y luego será más fácil que conozca sitios no tan familiares. Hawra es muy frágil por todo lo que ha perdido. No se la puede llevar de golpe al otro lado. Dentro de unos años, si quiere, podrá hacerlo. No sé si decidirá ir, pero tendrá la oportunidad de elegir.

-¿Ayudando a Hawra colma su instinto maternal?

-Si la ayudo, ya no es por colmar un vacío sino porque se ha convertido en una obligación que asumo gustosa. Debo compensarla porque no pude lograr lo que le prometí a su abuela y a Zahra (que la salvaría).

-¿Qué siente cuando se entera de que ha habido una explosión en Bagdad?

-No estoy intranquila. La familia se arriesga poco y salen sólo lo imprescindible. Es cierto que en Irak te puede pasar algo simplemente sentado en una silla en tu casa, pero no creo que el peligro sea excesivo. De todos modos, sólo puedo rezar y pedir que si Hawra sobrevivió a la bomba que mató a su familia pueda sobrevivir a otras.

-¿Rezar? En su libro se confiesa poco o nada religiosa...

-Es cierto que soy poco religiosa. Me enfado y maldigo a Dios muchas veces. Pero también rezo y pienso que si ahora Dios quita la vida a esta niña es que algo está muy mal hecho. Es verdad que cuando no estoy enfadada con Dios, pienso que existe, que hay algo, y entonces le pido ayuda.

-¿Siente deseos de seguir siendo corresponsal de guerra? Al fin y al cabo, usted llegó al periodismo siendo contable de una agencia en Beirut?

-En Irak estoy terminando estos días un proyecto que consiste en identificar niños heridos que no pueden ser atendidos en aquel país. Queremos hacer una campaña para recaudar dinero y trabajamos de manera conjunta con Médicos Sin Fronteras y su delegación de Ammán, para que ellos se ocupen de eso. Eso será lo último que haga en Irak. Luego iré a Kenia y Somalia, a los campos de refugiados, para ver sobre el terreno los efectos de la guerra y la miseria. Probablemente no vuelva a Irak por motivos profesionales en varios años.

-Eso significa que ya no verá con tanta frecuencia a Hawra.

-Es así. No la veré allí tanto como este año. A partir de ahora, los encuentros más frecuentes serán en Beirut. Cuando nos vemos en Irak tiene que ser siempre en su casa o donde nosotros estemos alojados. No podemos salir a la calle, pasear, ir al parque... No podemos movernos juntas, y eso no puede continuar así mucho tiempo más. En Beirut podremos hacer todas esas cosas tan normales.