Editorial

Visita a China

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L a visita de tres días a China que Barack Obama inicia hoy sitúa al presidente estadounidense ante el desafío de transformar el tradicional principio diplomático de la «contención» del gigante asiático, percibido tradicionalmente como una amenaza difusa para la primera potencia y sus aliados, en un clima guiado por la confianza y la cooperación. Pero si desea borrar las huellas de la política exterior de su antecesor, Obama deberá sortear serios escollos que se alzan entre dos países y convencer a los dirigentes de Pekín de que su reclamación del fortalecimiento del yuan no trasluce ningún recelo hacia su creciente dinamismo económico. O que su apelación al respeto a las religiones y culturas de los pueblos, de los derechos humanos y de la dignidad del hombre no constituye una ofensa al régimen y al pueblo chino sino una invitación a resolver juntos los problemas desde la cooperación. En tres días Washington pretende dar un vuelco a su política exterior respecto al gigante asiático que el próximo año superará a Japón y se situará como la segunda potencia económica pero que se resiste a evolucionar un modelo económico caracterizado por vender mucho y comprar poco. Su austeridad consumista le ha permitido convertirse en el gran depositario de la deuda de EE UU e impedir la penetración en sus mercados provocando un desequilibrio comercial descomunal. Ambas potencias tienen la urgencia de pactar un nuevo status quo ajustado a los grandes cambios políticos y económicos que se han producido en los últimos años. Obama parece dispuesto a ceder un mayor protagonismo político a China a cambio de una mayor cooperación económica y a establecer con el gran país asiático una relación de preferencia, pero aun está por ver la respuesta que encontrará en Pekín.