LA RAYUELA

El muro del capitalismo

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Cuando el Muro de Berlín cayó ahora hace 20 años todos los demócratas nos sentimos aliviados. El ruido ensordecedor de los martillazos que lo derribaron y la algarabía festiva de aquella noche hizo progresivamente inaudible La Internacional que irónicamente sonaba desde la República Federal. Caía simbólicamente un sueño de la humanidad que había acabado engendrando monstruos como los mal llamados regímenes comunistas, que aquella noche eran barridos por el atractivo y eficacia del capitalismo de consumo.

El sueño de un mundo regido por la fraternidad y no por la codicia había nacido en el seno del capitalismo del siglo XIX como respuesta a otro sueño, el de una burguesía que con la revolución burguesa y el capitalismo industrial pretendían acabar con los privilegios del Antiguo Régimen y desarrollar la industria y el comercio a partir del trabajo para terminar con la miseria y la enfermedad. Es el liberalismo empático (ponerse en el lugar del otro sin esperar beneficio) de Adam Smith en La Riqueza de la Naciones.

Pero la revolución industrial del primer capitalismo trajo más miseria y enfermedad a los slums de las ciudades abarrotadas de gentes emigradas desde los feudos, creando unos guetos urbanos que Dickens describió magistralmente. Y contra la opresión de los desposeídos y la opulencia de los privilegiados nació el socialismo utópico de Fourier o Saint Simon que predicaba una vida moral regida por el mérito, la igualdad de género y la abolición de las clases sociales y las fronteras nacionales. Después de Marx, con la toma del Palacio de Invierno, el leninismo y el estalinismo convirtieron el sueño socialista en la pesadilla del goulag. Caído el último muro, a sus epígonos (Corea o Cuba) se los llevará el viento de la historia y China sólo será una versión oriental y tosca del capitalismo.

Pero aunque el capitalismo haya conseguido aumentar la riqueza de la mayoría de las naciones y crear unas clases medias propietarias ha perpetuado sus problemas de origen: la desigualdad o la impiedad con los desfavorecidos. Es decir, ha fracasado o se ha pervertido en el camino. Pero aún así, ha creado dentro de los países avanzados un estado social de derecho. Lo mismo que el comunismo fue el muro que contuvo el capitalismo salvaje hasta la 1ª mitad del XX, su deslegitimación moral propició el nacimiento de la socialdemocracia, el nuevo muro capaz de defender a los trabajadores de la codicia desatada del mercado fuera del control del Estado.

Según Stiglitz, la caída del Muro fue para el comunismo el equivalente de la crisis actual del capitalismo financiero. Sin embargo, hoy se anuncia la salida de Europa de la crisis y por tanto, se aleja el miedo a un nuevo crack del 29 o a la deslegitimación de un sistema que premia con bonus millonarios a quienes provocan la crisis, da a las instituciones financieras el dinero que niega a trabajadores y hambrientos del mundo y mantiene los llamados paraísos fiscales, donde piratas encorbatados esconden lo que roban.

Es tremendo que sea la derecha quien lidere la reforma de los aspectos más inmorales del capitalismo como la limitación de los bonus o una tasa (Tobin) que grave las transacciones financieras. Que sean Sarkozy o Merkel los apóstoles de la regeneración del capitalismo llama a escándalo. ¿No es éste el papel y sentido de la socialdemocracia?