Opinion

Soy católico

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Soy católico, lo reconozco. Y además, soy cofrade. Aunque no soy muy beato, me ilusiono cuando descuento un día del calendario cofrade. «Todo el mundo tiene un defecto», me dice mi entorno. Pero es que no puedo evitar pensar que algo debe tener la Iglesia para que se haya mantenido durante más de 2.000 años. Soy católico, aunque cada día me cueste más trabajo reconocerlo.

Los pilares de mi fe se remueven cuando muchos pastores de la Iglesia pecan más que cualquier feligrés con la impunidad que les proporcionan sus alzacuellos. O cuando intentan movilizar con vehemencia a los fieles por la reforma de una Ley y se quedan de brazos cruzados ante la pobreza del Tercer Mundo. Errores, pienso, todos somos humanos. Y sigo siendo católico, aunque no sé si debería.

Desde hace días, me asalta una duda: ¿Qué pensará San Pedro de mí cuando se entere de que apoyo ciertos aspectos de la Ley del Aborto? Quizás vaya de cabeza al infierno, sin pasar antes por el purgatorio. Me preocupa echarlo todo a perder por defender la libertad de una mujer que no quiere arruinar su vida.

«Para ser católico hay que cumplir con los preceptos de la Iglesia», sentencian desde la Basílica de San Pedro. Y si eso lo dicen allí tiene que ser verdad, para algo tienen teléfono rojo con el Paraíso. Me tocará purgar mi grave pecado entre las llamas eternas. Sin embargo, cuando el portavoz de la Conferencia Episcopal, Juan Antonio Martínez Camino, hizo que desaparecieran mis inquietudes: «Se castigará con excomunión a aquellos políticos que voten a favor del aborto». Qué alivio, sentí.

Me he propuesto no pensar más en la Ley del Aborto. Así me evitaré debates morales. Todavía me puedo salvar. Para Aído y sus secuaces ya es tarde, arderán en el infierno. Mientras, yo podré seguir con mi doble moral cristiana. Siempre y cuando no toque más la polémica con el aborto, eso sí. Y es que, a pesar de todo, soy católico. Qué le vamos a hacer.