Antiguos empleados y la primera fábrica. / L. V.
Jerez

Un siglo labrado con calor y protestas

Los trabajadores de la fábrica de botellas recuerdan que a lo largo de 114 años ha habido esfuerzo, muchos conflictos, pero sobre todo un gran compañerismo

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El día 23 de febrero de 1981, Pedro Soto se levantó de la siesta dispuesto a dirigir sus pasos hacia la fábrica de botellas en la que trabajaba y en la que esa noche el comité de empresa que él presidía había convocado una huelga que iba a secundar toda la plantilla. Iban a dar casi las siete de la tarde, y cuando encendió la radio escuchó las primeras comunicaciones de que el Congreso de los Diputados había sido tomado. Eran las primeras horas del famoso golpe de estado fallido.

Pedro llamó de inmediato a sus compañeros del comité con una única pregunta: «¿Seguimos adelante?». La respuesta fue clara y afirmativa. Y esa noche, la noche en la que los españoles no se atrevían a poner un pie fuera de casa porque nadie sabía lo que podía ocurrir, la noche en la que los tanques de Milans del Bosch salieron a la calle en Valencia, la plantilla de la fábrica de botellas de Jerez inició a las 22 horas una huelga para reclamar unas mejores condiciones laborales.

El entonces presidente del comité de empresa lleva ya ocho años jubilado, aunque estos días participa activamente en las protestas de los trabajadores contra el cierre de la planta que ha decidido Vicasa, y recuerda que la plantilla de este centro de producción «siempre fue muy combativa para lograr mejorar las condiciones, a veces tercermundistas, en las que se trabajaba en aquellos tiempos. Nos movíamos por compañerismo».

Por eso ni el 23-F les amilanó, aunque Pedro se ríe al recordar que «le di dos besos a mi mujer y a mis hijos cuando me marchaba sin saber cuándo los volvería a ver», mientras otros de sus compañeros que vivieron ese momento resaltan que «mientras estábamos en la tolva, en las pocas tareas de mantenimiento que se hicieron ese día, yo no me apartaba de la oreja el transistor».

Sacrificio

De que trabajar en la fábrica era una tarea dura y muy sacrificada da fe Francisco Reguera, hoy con 77 años y desde hace 20 jubilado de la fábrica a la que dedicó casi 40 años de su vida desde que entró a trabajar en el año 1952. «Entonces se hacía todo a mano, no había la maquinaria moderna que llegó después, y por eso éramos muchísimos más trabajadores», recuerda este ex empleado que anda apoyándose en dos muletas y que se queja de que «sufrimos mucho desgaste físico los de aquella generación, yo mismo he tenido muchas secuelas provocadas por trabajos como el de cargar sacos de sosa que pesaban más de 100 kilos y que eran más altos que yo». Ni uno de sus compañeros de generación y de empleo vive hoy en día.

La época de la que habla Francisco Reguera es ésa en la que había en la planta más de 1.000 trabajadores de los que -con el paso del tiempo, la modernización tecnológica y los Expedientes de Regulación de Empleo (ERE)- se ha pasado a los apenas 124 actuales que luchan por su futuro y que ven como después de 114 años de historia la multinacional francesa va a desmantelar esta industria.

A todos les duele que para que Vicasa se lo pensara y diera marcha atrás en su decisión no hayan servido las quemaduras que tienen en las manos de coger las botellas que salían incandescentes de los hornos; las interminables horas soportando un calor infernal junto a los hornos a los que no se podían acercar mucho porque quemaba hasta los trajes especiales, que además eran de amianto; la entrega y el sacrificio de los que trabajaron en ambientes llenos de humo, entre materias primas tóxicas e inhalando los gases de la combustión de la grasa que se untaba en las paredes de las instalaciones.

«Muchos de los que trabajaron aquí murieron jóvenes, poco después de jubilarse, y eso es por culpa de las condiciones en las que trabajaron durante muchos años hasta que poco a poco, y gracias a la lucha incansable de los distintos comités de empresa, las cosas fueron mejorando», recuerda Pedro Soto, mientras su compañero Manuel Gutiérrez, que comenzó a trabajar en la fábrica cuando tenía unos 15 años y todavía está en activo hace memoria para nombrar a todas las generaciones familiares que han pasado por el centro de producción. «Aquí hay compañeros cuyos bisabuelos ya trabajaron haciendo botellas, y hay algunas sagas míticas como la de los Cárdenas, la de los Tejero, los Almagro o los Márquez».

Por eso a tantas personas en la ciudad les duele hoy el cierre de la fábrica de las tres chimeneas que se dibujan en el paisaje desde hace 114 años y que no dejaron de echar humo ni durante la Guerra Civil. Manuel Gutiérrez explica que en el archivo documental de la fábrica hay verdaderos tesoros que rememoran que este centro «no paró de funcionar ni siquiera en los primeros años del conflicto, cuando ninguna otra planta de España, de cualquier sector, estuvo en marcha entonces».

Tres hornos

Una chimenea por cada uno de los hornos que funcionaron durante los buenos años de la planta, ésos en los que el Marco de Jerez era un sector boyante porque las ventas de vino eran imparables y la necesidad de botellas inmensa. Por eso, aunque cuando la fábrica abrió sus puertas en el año 1895 con el nombre de La Jerezana sólo se montó un único horno, la planta llegó a contar con tres en activo de forma paralela, lo que obligaba a tener multitud de empleados en plantilla.

Pero llegaron los años 70, con ellos la mecanización y las nuevas tecnologías, y casi todos entendieron las primeras pérdidas de empleo. Aunque no siempre, porque en este centro de producción en el que el comité fue más activo que en ningún otro lugar -«llegamos a tomar la fábrica y a repartirnos la jerarquía, desde el director hacia abajo», apuntan entre risas- hubo durante 12 días de 1980 una huelga de hambre por un ERE que se quiso aplicar para echar a 107 personas «cuando acababan de llegar 120 trasladadas de Sevilla».

Claro que los verdaderos problemas empezaron en 1986, que fue cuando se desmanteló uno de los hornos, lo que trajo enormes tensiones sociales y obligó a más despidos. Desde ahí, el declive fue imparable y los ERE sucesivos hasta que en 2003 tuvo lugar el último y se cerró el segundo horno.

Y hasta ahora. Estos empleados comprometidos han seguido trabajando para mejorar la productividad de la planta -la media diaria son 410.000 unidades-, la rentabilidad, el absentismo y todo lo necesario para que hubiera beneficios y su futuro y el de sus descendientes estuviera garantizado. Pero no ha servido para nada.