Jerez

La repentina soledad de los trabajadores de Vicasa

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D e la fábrica de botellas de Jerez convendría empezar a hablar ya en pasado. Sus emblemáticas chimeneas dejarán pronto de echar humo y las instalaciones quedarán -si no las tiran- como un recuerdo de la importante actividad industrial que tuvo una ciudad que languidece por momentos.

Supongo que en esto, como en otra muchas cuestiones de la vida, habrá opiniones de todo tipo, pero considero que la lucha que han mantenido -y siguen manteniendo a pesar de todo- sus trabajadores es digna de elogio. Han sabido unir a toda la ciudad en una pelea que se ha tomado como símbolo de un problema que va mucho más allá, que no sólo se refiere al cierre de una planta de producción de botellas de vidrio o a una actividad vinculada al sector del vino. Ha sido, también, una batalla contra un mal que está matando poco a poco a Jerez: el desempleo.

Este conflicto ha recordado en muchos aspectos al de Delphi, en el que también se consiguió implicar a una buena parte de la sociedad local -en este caso de Puerto Real- e incluso provincial. También, como con Vicasa, administraciones, partidos de uno y otro signo, colectivos sociales y hasta clubes deportivos y famosos se volcaron en un apoyo que acabó sirviendo igualmente de prácticamente nada, o de nada que no fuese simplemente el acompañamiento moral a la causa. Y al final, insisto, para nada. Delphi cerró y buena parte de sus empleados aún siguen pagando hoy en día las consecuencias de unas promesas políticas que en muchos casos no se han cumplido.

El magnífico reportaje que firma hoy la compañera María José Pacheco (ver páginas 4 y 5) dibuja a la perfección lo que ha significado la fábrica de botellas para Jerez, por su historia y por la cantidad de experiencias vividas durante sus 114 años de existencia. Y es que, como me apuntaba recientemente un compañero, es difícil encontrar hoy en día en la ciudad a alguien que tenga un familiar o un allegado que no haya trabajado en algún momento en esa planta. Quizá por eso se explique también, al menos en parte, por qué el cierre se ha convertido aquí en un problema de interés general.

Pero nada de eso ha servido. La historia se ha repetido. La empresa anunció su decisión de cesar la actividad, la plantilla se movilizó, los sindicatos pusieron el grito en el cielo, los colectivos locales se sumaron a la causa, los políticos apoyaron y las administraciones (Ayuntamiento, Junta y Gobierno) se jactaron de decir que harían lo que estuviese en sus manos para evitar el cierre. Y la verdad es que esto último ha sido cierto, porque nadie podrá negar que a Vicasa se le ha ofrecido de todo por dar marcha atrás.

El guión siguió después ciñiéndose a lo previsto. Todo fue en vano y la compañía se ha mantenido en sus trece, aunque, eso sí, al menos ha dicho que mantendrá en Jerez una especie de centro de apoyo al resto de plantas de Vicasa en España. Y lo que vino después es lo que está pasando ahora, la negociación de un ERE al que los trabajadores se oponían inicialmente con rotundidad.

Es lo que les queda: pelear por conseguir las mejores condiciones posibles en ese Expediente de Regulación de Empleo. Pero en esa lucha sí que están ahora solos. Los apoyos han ido decreciendo hasta quedar reducidos prácticamente a la nada. Ya apenas se oye a políticos o a administraciones de fuera de Jerez lanzar proclamas contra el cierre de la fábrica de botellas ni en defensa de los intereses de su largo centenar de empleados.

No es la primera vez que pasa, ni seguro será la última en una ciudad en la que la conflictividad laboral es el pan nuestro de cada día.