vuelta de hoja

Amenazas

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Los obispos han avisado a los políticos de que no podrán comulgar si apoyan la ley del aborto, pero cualquier mediano observador puede darse cuenta de que están más preocupados por los que amenazan que por los amenazados. Aunque me cuido muy poco y por supuesto no desprecio a nadie, debo confesar que entre mis benévolos amigos no abundan los que se dedican a la sublime tarea de la política, pero así y todo tengo algunos. Pues bien, no sé que haya alguien a los que les haya afectado especialmente de modo especial la prohibición de no poder comulgar en el caso de que se muestren relativamente partidarios de esa abrupta manera de controlar la natalidad. Lo que no está claro es si su régimen alimenticio no se lo permite, ya que hay dietas muy rigurosas, o que se priven voluntariamente.

Las amenazas más efectivas son las que se cumplen sin previo aviso. Es un asunto antiguo. Ya los griegos decían que hay que guardarse de las amenazas, dejarse de locas palabras y templar el ánimo, ya que conviene acomodarse a los tiempos. «Herir no es bueno, pero amenazar no es bueno ni prudente». Quienes no somos partidarios del aborto, ya que nos chirría la simple palabra, somos partidarios de que los matices y la cuestión no puede ser debatida en bloque, ni mucho menos de manera dogmática. En el año 2012 los habitantes de este desavenido planeta suburbano seremos 7.000 millones y en el 2050 serán 9.000 millones. Ahora no nos podemos ni ver, pero para esas fechas no podrán evitar tropezarse unos con otros.

La práctica de la masturbación que ahora recomienda alguna comunidad -«sabe Onan cosas que ignora don Juan»- tiene la desventaja de que no se conozca gente. Nadie puede decirle a nadie eso de «he tenido mucho gusto».