Editorial

Lo peor de la crisis

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L a economía española ha registrado en el tercer trimestre del año el menor desplome del PIB -tres décimas- desde que arrancó la recesión, un dato que por sí mismo oxigena las expectativas de poder ir enfilando la ansiada recuperación. Especialmente si esta contención, que aun así no maquilla la gravedad de la caída del 4% en términos interanuales, responde realmente a una cierta reanimación de la demanda interna, esencial si se pretende revertir la contracción en la actividad, revitalizar el empleo y reiniciar la senda del crecimiento. En este sentido, no constituyen una perspectiva demasiado halagüeña las previsiones que apuntan a una reducción de casi el 20% del gasto de los hogares de cara a las fiestas navideñas; lo que demuestra tanto el impacto que está ejerciendo el miedo ante el desempleo o ante la posibilidad, cierta o no, de perder el puesto de trabajo, como que la austeridad que ha retornado forzosamente a las familias españolas ante las sombras que planean sobre el porvenir económico. No obstante, estos temores palidecen ante la realidad que dibuja el último informe de Cáritas, en el que se constata cómo las peticiones de ayuda de distinta índole han aumentado un 40,7% en el primer semestre de 2009, con incidencia singular de las solicitudes de alimentos; es decir, de las realizadas por personas que carecen de todo lo básico para poder asegurarse el sustento diario. La constatación de que una parte relevante de las nuevas demandas tienen que ver bien con ciudadanos que se han quedado sin trabajo, en muchos casos en situación además muy vulnerable, bien con otros que han agotado las prestaciones por desempleo representa con nitidez hasta qué punto es necesario ajustar los esfuerzos al sostenimiento y mejora del mercado laboral. Porque una sociedad que afronta unos niveles de desempleo como los que ahora nos afectan no sólo se arriesga a un deterioro económico profundo y duradero.